Festivaleando
Me acuerdo muchas veces del diálogo de Aterriza como puedas: "Elegí mal día para dejar de esnifar pegamento". Lo aplico a que probablemente es la época más complicada de todos los tiempos para dedicarse a esto del cine. Cada vez hay menos espectadores en los salas, la gente se descarga las películas por la cara en Internet, las cines cierran y venden sus locales a conocidas marcas de ropa... Desde que tengo conciencia el cine español está en crisis, así que lo de ahora debe ser la metacrisis, es decir, a un ser en crisis permanente se le pone ya en cuarentena total.
Pero llega el Festival de Cine de San Sebastián y ves tortas por conseguir entradas para cualquier película. ¿Y esto por qué pasa? El público hace colas de una hora para ver una película que se estrena en salas comerciales a la semana siguiente y que probablemente tendrá el cine medio vacío en muchas de sus sesiones. También hay espectadores desesperados por conseguir entrar a ver un largometraje ucraniano que en su vida en salas batiría récords de butacas desocupadas. Pero esto es algo que en la música también pasa: nadie vende discos, pero los festivales de música congregan a miles de personas desesperadas por estar en primera fila del concierto de un grupo del que jamás se ha comprado un disco.
Habría que dar una vuelta de tuerca a la atinada frase del productor Robert Evans en su época de jefazo de Paramount en los años 60: "La gente ya no va al cine, ahora va al cine a ver una película". Ese cambio de hábitos (de ir al cine por costumbre para ver lo que sea a comprar la entrada para ver una película en concreto) ahora mismo tiene multitud de ramificaciones. O bien la gente se baja de Internet esas películas o va a un multicine a jugar a pito-pito-gorgorito para decidir qué película va a ver o asiste a un evento como el del Festival de San Sebastián en el que hay películas, hay estrellas, hay fiestas. En suma, hay ambiente de cine.
Ese ambiente es el que provoca que cientos de personas hagan cola para asistir a la proyección una película que podrían ver la semana siguiente sin tener que esperar ni dos minutos. Eso es lo bonito de los festivales. Ves una peli iraní a las nueve de la mañana y luego te tomas un café consultando el programa y preguntándote si te dará tiempo a ir a los cines Príncipe porque la peli del ciclo de cine negro japonés empieza cinco minutos después de que acabe la proyección del Kursaal de las cuatro. Y claro que atraviesas corriendo el puente del Kursaal para llegar a lo Viejo, y eso que te has cruzado con Javier Bardem en el Boulevard, lo que ha añadido un toque emocionante a tu carrera. Eso no te pasa cuando vas a un centro comercial a ver la misma película. Ahí está la gracia del Festival.
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