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Columna
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¿Reprogramando la ciudad?

Joan Subirats

El título de este artículo puede parecer excesivo, pero he de advertir de que mis pretensiones se limitan a la ciudad, y he añadido prudentes interrogantes. En la Bienal de Venecia de este año, el arquitecto Vicente Guallart, con mucha más valentía que yo y sin interrogante alguno de cautela, ha titulado su instalación Hyperhabitat. Reprogramando el mundo. Mi intención es aprovechar el manifiesto del comisario de la Mostra Internazionale di Architettura que se encuadra en la Bienal, Aaron Betsky, en el que plantea el dilema "edificios o arquitectura", para aportar mi granito de arena a tan ambiciosa tarea.

Por lo que se desprende de los resúmenes de prensa que se han publicado acerca de los objetivos de la Mostra de este año, su planteamiento trata de evitar la tendencia a disociar la labor del arquitecto del entorno en el que se inscribe. Betsky denuncia que la tarea específica del proyecto de edificio, con las limitaciones cada vez mayores que incorporan los códigos técnicos y las condiciones de seguridad e higiene, ha ido reduciendo al mínimo la capacidad de experimentación de la arquitectura con relación a la estructura, a la forma o al espacio. "Una arquitectura que pretenda dar soluciones construyendo es falsa, está muerta. Los edificios son la tumba de la arquitectura". Como provocación no está nada mal, y de alguna manera se alude y se critica la moda de contratar arquitectos que dejan caer sus edificios en una ciudad o espacio con una lógica autista, indiferente a su entorno.

Hemos de superar esa visión estrecha que prima los lugares físicos y la ornamentación sobre las personas

El problema es descubrir cuáles serían las salidas a esa hipotética parálisis autocontemplativa. Y por lo que aparece en los medios acerca de las propuestas recogidas en la Mostra veneciana, no podemos ser demasiado optimistas. Por una parte, se exploran diseños de interiores, de objetos, de muebles. Por otra, se apuesta por la interconectividad entre los espacios construidos y el mundo exterior. En la propuesta de Guallart, todos los objetos de las seis viviendas para jóvenes, con un macroespacio compartido, disponen de equipamiento electrónico, que les permite comunicarse entre ellos y con el exterior. El crucifijo con el Vaticano, la bombilla con la central nuclear. Y como afirmó Guallart al respecto, la paella con los potenciales interesados en su ingesta inmediata o la postergada de los restos que acaben sobrando. El objetivo aparente sería avanzar en la optimización de servicios y la autosuficiencia de cada pieza y de la vivienda en su conjunto, "en pos de una mayor eficacia, del ahorro energético, de una mayor interacción social, de un mundo más humano". El objetivo es ambicioso, ya que nada más y nada menos se quieren sentar las bases de una nueva organización mundial.

Simpatizo con la incomodidad que producen esos edificios icónicos convertidos en la expresión más evidente e hiriente de una arquitectura al servicio del marketing de ciudades, de la ciudad espectáculo o de la "ciudad de pensamiento único", en afortunada expresión de la urbanista brasileña Erminia Maricato. Y concuerdo con la necesaria búsqueda de espacios que permitan encontrarnos. Pero lo menos que se puede afirmar es que la propuesta de Betsky está llena de contradicciones, al plantear este tipo de dilemas invitando a "repensar el mundo" a arquitectos como Frank Gehry o Zaha Hadid, que más bien parecen representar la tendencia que se discute. Frente a las dinámicas económicamente hegemónicas, en las que se prima la hipermovilidad de unos cuantos (los frequent flyer class) y al mismo tiempo el repliegue defensivo del lugar en el que tratan de refugiarse, deberíamos poder postular políticas e intervenciones urbanas que traten, al mismo tiempo, de constituir un lugar común (de todos y para todos), la mayor facilidad para la movilidad colectiva (evitando el sentido de clausura, de exilio de la periferia) y la capacidad de gobierno conjunta de esos espacios compartidos. Y para ello hemos de superar esa visión estrecha que prima los lugares físicos y la ornamentación sobre las personas, y que acostumbra a dar por supuestas las prácticas o relaciones sociales a partir de lo construido.

Esa "ideología espacialista" (como dice Olivier Mongin) ha tratado de defender la idea que la clave de la convivencia estaba en el diseño de los lugares, en la combinación de edificios y flujos. Y sin restarle importancia al tema, deberíamos reivindicar la aceptación de una mayor complejidad conceptual y operativa. Para que los ciudadanos puedan hacerse suyos esos lugares, deben poder practicar en ellos su autonomía, ejercitar su diferencia, hacer reales las posibilidades de solidaridad e igualdad. Y sin empleo, sin formación, sin condiciones dignas de habitabilidad, sin transportes adecuados, sin salud o sin seguridad, ello se hace muy difícil. ¿Se puede reprogramar el mundo sólo desde la arquitectura? Necesitamos espacios, pero espacios practicados, espacios conquistados y vividos. Y espacios conectados. La condición de movilidad para todos es hoy esencial. Sin movilidad ya no podrá haber lugares. Una de las formas más evidentes de desigualdad social en la actualidad es precisamente las grandes diferencias que se generan en la capacidad de moverse, de desplazarse, de salir y entrar. Buscamos sitios en los que permanecer y vivir, pero también sitios de los que salir.

No acabo de ver (quizá por mi propia incredulidad ante esos ejercicios elitistas de aparente renovación conceptual que acaban cayendo en los propios vicios autistas y esteticistas que aparentemente denuncian) que las propuestas de la Mostra de Venecia apunten en esa dirección. Lo que necesitamos es conceptualizar y materializar nuevas aproximaciones a los problemas urbanos (sostenibilidad, inclusión social...) y hacerlo no con una estricta mirada disciplinaria, sino con diálogo y la puesta en cuestión de los parámetros que hasta hoy han impulsado la construcción de la ciudad. Y en un plano más operativo, no podemos desvincular esas reflexiones de la existencia de conflictos, de la necesidad de plantearnos nuevas formas de gobernar las ciudades. Una agenda urgente y exigente de nuevas políticas urbanas y sociales en la que la arquitectura, con sus espacios, edificios y capacidad reflexiva, debe estar presente, en diálogo con muchos otros actores y colectivos.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB

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