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Columna
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300.000 pisos vacíos

Se dice que en España hay más de tres millones de pisos vacíos, aunque Juan Urbano sabe que muchos de ellos lo están y a la vez no lo están; o por decirlo más claro: están vacíos para Hacienda y ocupados para sus propietarios, que sólo aceptan como inquilinos a personas que paguen sin dejar huellas, en dinero negro. Él nunca ha comprendido por qué se permite que ese negocio que mueve millones de euros sea un río subterráneo que transcurre al margen de la ley, bajo los impuestos, hasta el punto de que en un país como el nuestro, que tiene su principal industria en el turismo, un enorme porcentaje de las casas y apartamentos que se arrienda cada verano se hace sin contratos de por medio; y las autoridades tributarias, que en otros asuntos son tan meticulosas que si les pides la hora te la dan descontándote el IRPF, en esto hacen la vista gorda y permiten que los defraudadores salgan con su recaudación invisible por la puerta verde, ésa en la que está el cartel que dice: nada que declarar. Qué agravio comparativo, piensa Juan Urbano, que es una de esas personas que si se encontrase un euro en la acera y se agachara a cogerlo, a los dos segundos aparecería un inspector de Hacienda para quitarle 30 céntimos. Un contribuyente sin atajos, como casi todos ustedes.

Parece que de esos tres millones de pisos sin usar, más de 300.000 están en Madrid, y por eso cada vez que hay una crisis económica, o los ciudadanos ponen el grito en el cielo ante los precios de la vivienda, o se acercan unas elecciones que obliguen a los políticos a salir de caza por los mercados, vuelve a ponerse en primera línea el asunto de las casas vacías y se anuncian medidas para ponerlas en circulación, se amenaza a sus propietarios con multiplicar sus impuestos si las mantienen cerradas y se dan discursos que si son sonoros es porque están huecos y que en cuanto pasa la tormenta se quedan en nada. No hay nada que teman tanto los gobiernos como el silencio de las monedas que no caen, seguramente porque sobre el resto de las cosas pueden mentir, pero sobre la crisis no, porque en eso no hacemos caso de lo que prometen los ministros, sino de lo que hay en nuestra cartera, en el caso de que a estas alturas todavía haya algo.

Ahora es el presidente del país quien intenta frenar el parón financiero -lo cual, dada su incongruencia, da la medida de lo rara que es la política-, pero no ayudando a las víctimas de la dictadura inmobiliaria, sino a sus creadores, a los cuales van a dar 3.000 millones de euros en préstamos, con la condición de que las viviendas que construyan se dediquen al alquiler. "O sea", se dijo Juan Urbano, "que de lo que se trata es de que los pisos vacíos sigan estándolo y se les puedan sumar las casas que ya se han hecho y no se venden, mientras que las que van a construirse ahora con ayuda pública, se dedicarán al alquiler, que escasea, precisamente, porque las otras están vacías...". Y ahí se paró, porque los círculos viciosos le marean y que le tomen por tonto le pone de mal humor. Se preguntó si esa idea era producto de la buena voluntad, del miedo a las restricciones que se avecinan o de esa costumbre tan habitual que tienen los políticos españoles de intentar contentar a todo el mundo a la vez, por muy lejos que estén los intereses de unos y los de otros. El día menos pensado, a alguno se le va a ocurrir la solución para evitar que el Ministerio de Educación y la Conferencia Episcopal dejen de pelearse: se imparte la asignatura de Educación para la Ciudadanía en las catequesis, y tema resuelto.

Son muchos 340 o 50.000 pisos vacíos. Si se le ofrecieran incentivos a sus dueños, porque obligarlos a vender lo que no quieren vender es complicado y en muchos casos es discutible, tal vez muchas personas podrían tener un sitio donde vivir. Pero lo tendrían muchas más si esos mismos 3.000 millones en lugar de dedicarlos a auxiliar a los constructores se dedicasen a construir vivienda protegida. ¿No creen? Juan Urbano y yo sí lo creemos, pero tal vez es porque no entendemos de estas cosas o porque, en el fondo, no somos nada más que un par de ingenuos.

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