El día que llovieron piedras

La primera suena muy fuerte. Violenta y seca se estrella contra el parabrisas, contra el casco, contra la puerta y la ventana. Contra el brazo de uno y contra la espalda. Es un aviso. Las siguientes ya van acompañadas. Estalla el cielo del sur de Madrid y comienza a escupir, como no se recuerda, bolas de hielo contra el suelo y contra lo que se pone en medio. Los bomberos reciben la primera llamada a la 1.01 del miércoles.

Vea una vídeogalería con varias grabaciones de los efectos de la granizada

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Un encharcamiento en una casa. Pero eso no es nada. Porque el granizo que ya cubre la calle se multiplica por mil. Bolas de hasta tres centímetros de diámetro atraviesan lunas de coches y ventanas de casas. "¡Por favor! ¡Déjeme pasar!", le grita un conductor al vigilante de un aparcamiento en la Ronda de Toledo. Cualquier agujero es bueno para ponerse a resguardo. El guarda se apiada del que ya no tiene cristal trasero. Pero se pone las manos en la cabeza. "Pase. Esto es una catástrofe".

Así comenzó ayer la tempestad. Con miles de alarmas de coches sonando. Una tormenta de 300 rayos que arrojó hasta 56 litros por metro cuadrado sobre la capital y que inundó por completo los túneles de la M-30, la parada de metro del Banco de España, la estación de Atocha y el túnel de la glorieta de Carlos V. Unas horas de lluvia que sembraron el caos en la ciudad durante todo el día de ayer. La M-30, una obra recién estrenada que costará a los madrileños 4.800 millones de euros, estuvo cortada hasta media tarde. Una ciudad infartada con su principal arteria colapsada. Hasta metro y medio de agua en los túneles de la vía de circunvalación desde Marqués de Monistrol hasta Marqués de Vadillo. Nada menos que 2,2 kilómetros. Una tormenta que dejó un escenario por la mañana de árboles, hojas y ramas en el suelo. Pájaros muertos y cosechas de uva, en San Martín de Valdeiglesias, destrozadas a las puertas de la vendimia.

Un otoño prematuro, forzado por la violencia de varias horas de la noche anterior. Por un aguacero del que nadie informó con antelación. Sobre la una y media de la madrugada, la M-40 se para en seco. Decenas de coches buscan un puente bajo el que resguardarse. Otros se lanzan al arcén en plena desesperación. Luces intermitentes. Lo mismo sucede en las otras vías de circunvalación. El conductor de un vehículo llama al 112. Está atrapado en la entrada de la M-30, en Marqués de Vadillo. El agua empieza a subir. Una hora más tarde, el Ayuntamiento decide cortar tres carriles de los túneles. El hombre atrapado conduce una Renault Express. Hace poco que tiene el carné. El agua le llega a las rodillas. Está helado y en estado de shock. Los servicios de emergencia de la M-30, 16 personas por turno con contratos de oficial de la construcción, dejan las labores de mantenimiento que les obligan a realizar y empiezan a rescatar a gente. "Nos dijeron que había pequeñas balsas, pero ya medían 60 metros de largo y 1,5 metros de alto", cuenta uno. Pero eso, tampoco fue nada. Porque, tres horas más tarde, el bypass queda anegado. Dos mil doscientos metros de largo y cuatro carriles cubiertos por un metro y medio de agua. Las bombas de achique, dicen, fallaron.

Pero fallaron también las previsiones. Nadie dio la alerta desde la Agencia Estatal de Meteorología. Antes del amanecer, el 112 echa humo: han recibido 400 avisos. A las ocho el agua se cuela también en la calle de Alberche y obliga a cortar el Cercanías entre Príncipe Pío y Atocha. La principal estación de Madrid enloquece. Muchos pierden sus conexiones con el AVE. Los viajeros se impacientan. Se enfadan.

Y durante el día, el paisaje después de la batalla. Barro, coches anegados, pájaros muertos y calles vomitando hojarasca. Y obreros que sacan agua en la vereda de la avenida del Manzanares. El aguacero ha inundado tiendas, bares, garajes... "Esto no lo veía yo desde la final de copa entre el Coruña y el Real Madrid", dice Enrique García, dueño de unos bares inundados. Fue el 6 de marzo de 2002. Y ganó el Depor.

Hay una persona, quizá la única de Madrid, que cuando el cielo amenaza en romper así se sonríe. "Yo soy el único que ha sacado provecho de esto". Jon, colombiano de Cali, es conserje del edificio de la calle de Joaquín Lorenzo, 15. El inmueble está en una vaguada y cada vez que llueve mucho, absolutamente siempre, el garaje y los trasteros se inundan. Y por eso Jon tiene un contrato fijo y una bonificación anual de 2.500 euros.

En la Colonia del Hogar del Ferroviario, un pequeño barrio de unas 50 casas bajas fundado en 1927, el paso de la granizada hizo estragos. Por la mañana, las persianas aparecieron agujereadas como si hubieran sido tiroteadas y los muebles de plástico de los jardines como un queso gruyère. La guerra.

Pero ayer sí, aunque 24 horas tarde, hubo alerta. Cuidado. Se prevén tormentas.

Información elaborada por Rebeca Carranco, Álvaro de Cózar, F. Javier Barroso, Pilar Álvarez y Daniel Verdú.

Una intensa granizada provoca el caos en el centro de Madrid