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Columna
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No sólo de pan vive el hombre

Hoy comparece el presidente del Gobierno ante el Congreso con el propósito de informar de las medidas ya adoptadas o en vías de ejecución para hacer frente a los males de la economía española (caída del crecimiento, aumento del paro, derrumbe del sector inmobiliario, descenso de la inversión, elevado déficit exterior, bajada del consumo, incremento de la inflación) dentro del marco de la crisis internacional desencadenada hace un año por las hipotecas subprime. Cabe desear que el debate no se centre obsesivamente sobre los reproches dirigidos al presidente del Gobierno por haber demorado hasta julio la aplicación del término crisis para designar la situación. Las disquisiciones sobre el punto kilométrico preciso del camino de Damasco y de la fecha exacta en que Zapatero se cayó del caballo y pronunció la palabra maldita sólo tendrían relevancia si las medidas anticíclicas hubiesen sido adoptadas (cosa incierta) con negligente retraso.

El Gobierno tratará de librarse del férreo marcaje de la crisis económica practicado por los populares

En cualquier caso, el PP no parece dispuesto a soltar la presa que la periodicidad inexorable de los ciclos económicos ha puesto entre sus zarpas para jugar con el PSOE como el gato con el ratón. Los populares tienen por el momento todas las de ganar: cualquiera que sea el agujero por donde trate de escapar, el Gobierno se verá atrapado. A las conminaciones de los socialistas para que presenten alternativas cuantificables, los populares responderán con recetas de imposible verificación: sólo su regreso al poder ("váyase, señor Zapatero") podrá solucionar la crisis. Los datos negativos quedarán cargados a la cuenta del Gobierno; y los síntomas de empeoramiento de cualquier variable serán proyectados sobre el conjunto del escenario. Las mejorías serán consideradas siempre parciales y transitorias, mero rebote condenado a una posterior caída. Las medidas anticíclicas recibirán el calificativo -táchese lo que no convenga- de insuficientes, tardías o contraproducentes.

Para que la estrategia del PP orientada a desgastar al Gobierno y a castigar los flancos de su política económica culmine con el triunfo electoral de Rajoy en 2012, resultaría necesario, sin embargo, el cumplimiento de otras varias condiciones. En primer lugar, que la fase descendente del ciclo se prolongase más allá de 2010. Después, que el PP no reprodujera con sus excesos la crispación de la pasada legislatura y ahuyentase a sus eventuales aliados y al votante moderado: la experiencia del pasado cuatrienio (a cuenta del diálogo del Gobierno con ETA y del Estatuto de Cataluña) tal vez haya enseñado a los populares los costes de una labor opositora demagógica. Finalmente, las complejas relaciones entre economía y política -como muestra José María Maravall en su muy recomendable libro La confrontación política (Taurus, 2008)- no se prestan a pronósticos simplistas; si el equipo económico de Solbes mantuviese su unidad interna al vadear la crisis, y si las restantes políticas sectoriales del Gobierno acreditasen a Zapatero como el mejor (o el menos malo) de los candidatos con probabilidad de victoria en 2012, Rajoy podría perder su oportunidad.

Ahí está la clave de los denodados esfuerzos del PP para impedir que el debate político se abra a otros escenarios que no sean la crisis económica, a menos que se hallen conectados (como la inmigración) con el empleo y las prestaciones sociales. El PP ha invertido, así pues, su estrategia de la anterior legislatura, cuando los intentos del Gobierno para presumir de los brillantes resultados de la economía española entre abril de 2004 y agosto de 2007 (una tasa media de crecimiento del 3,5%, disminución de la deuda por debajo del 40%, creación de 2,5 millones de puestos de trabajo, superávit presupuestario y de la Seguridad Social, inflación por debajo del 3%) eran ignorados o minusvalorados por el PP. Todos los partidos son iguales: corchos flotando sobre el mar, se proclaman autores de la subida de las olas cuando gobiernan pero atribuyen la ruptura de la cresta a la economía internacional.

La pugna librada entre los partidos para rellenar y jerarquizar la agenda cotidiana de información ciudadana con noticias favorables a sus intereses y perjudiciales para sus adversarios es un rasgo de la democracia mediática, caracterizada por el lugar predominante que ocupan la prensa, la radio, la televisión y las nuevas tecnologías de comunicación en la forja la opinión pública. Ésa será la lucha entre el PSOE y el PP durante esta legislatura. El Gobierno tratará de librarse del férreo marcaje de la crisis económica practicado por los populares, recordará que no sólo de pan vive el hombre y buscará en su paleta colores vivos para alegrar el lienzo sombríamente emborronado por la oposición. El PP, por el contrario, denunciará la apertura del debate político a otros espacios del terreno de juego mediante sermones sobre las postrimerías orientados a excomulgar a los gobernantes que pretendan escapar de los rigores de la cuaresma.

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