Kosovo, ¿precedente o excusa?
La troika comunitaria viaja hoy a Moscú para tomar el pulso a las autoridades rusas tras la crisis georgiana. Y lo hace unida, como en pocas ocasiones, en torno a una posición de firmeza. Previsiblemente, Rusia rechazará los argumentos europeos respecto a la necesidad de respetar la integridad territorial de Georgia alegando que su reconocimiento de la independencia de Osetia del Sur y de Abjazia es una copia exacta del proceso que llevó a Kosovo a proclamar su independencia de Serbia. Sin embargo, los representantes de la UE harán bien en rechazar paralelismos ya que Kosovo, más que un precedente legal o político, ha resultado ser una mera excusa para que Moscú, aprovechando las torpezas del presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili, y los errores de la Administración Bush, enseñe los dientes a Occidente.
Moscú ha cambiado el lenguaje del derecho internacional por un mero lenguaje de poder
La debilidad del paralelismo entre ambos casos es evidente, ante todo, en el rechazo unánime que ha suscitado el proceder de Moscú. Mientras que, hasta la fecha, 46 Estados han reconocido a Kosovo (entre ellos, 21 miembros de la UE, incluyendo aquellos tradicionalmente más respetuosos con la legalidad internacional, como Holanda, Suecia, Finlandia y Dinamarca), Rusia no ha logrado que ningún miembro de la comunidad internacional secunde su proclamación. En la práctica, las declaraciones y primeras medidas de los líderes de estas dos repúblicas secesionistas (en las que, entre otras cosas, invitan a Moscú a hacerse cargo de su política exterior) configuran, más que un proceso de independencia, un nada disimulado proceso de anexión a la Federación Rusa.
En realidad, como señala Ignacio Molina, investigador del Real Instituto Elcano, los casos de Osetia del Sur y Abjazia se parecen más al de Chipre del Norte, sólo reconocido por Turquía, mientras que Kosovo se asemejaría al de Bangladesh, escindida de Pakistán en 1971 tras una situación en la que, como en los Balcanes, también se produjeron terribles matanzas. Por tanto, como se ha señalado una y otra vez, incluido desde el Gobierno español, el caso de Kosovo es absolutamente sui géneris, sólo puede ser entendido en el marco de la desintegración de la Federación Yugoslava, en modo alguno pone en cuestión el principio de integridad territorial ni tampoco concede a ninguna minoría ni Estado el derecho automático a redibujar unilateralmente o por la fuerza frontera alguna.
De hecho, Moscú tampoco parece tener tan claro el paralelismo. Como analizan en un extenso trabajo específicamente dedicado a comparar ambos casos los investigadores Jordi Vaquer (del CIDOB, en Barcelona) y Andrey Makarychev, de la Universidad de Lenguas de Nizhni Novgorod, el presidente Medvédev, que comenzó amparando su intervención militar en Georgia bajo la doctrina de la "responsabilidad de proteger" impulsada por Naciones Unidas, abandonó dichos argumentos al darse cuenta de que, primero, podrían ser contraproducentes para sus propios casos de Chechenia e Ingushetia y, segundo, le exigían aceptar la jurisdicción y presencia de Naciones Unidas en la zona. Como señala Borja Lasheras, de la Fundación Alternativas, es muy significativo que Moscú ni siquiera se haya molestado en buscar una resolución de la ONU similar a la 1.244, que puso Kosovo bajo administración internacional y abrió un proceso de negociación acerca del "estatus final" de Kosovo.
Por ello, en un giro más brutal, pero en el fondo más sincero respecto a sus verdaderas intenciones, Moscú ha cambiado el lenguaje del derecho internacional por un mero lenguaje de poder, arrogándose el derecho a "aplastar" cuando y como quiera a cualquiera que ose meterse con sus minorías en el extranjero o acercarse demasiado a sus fronteras. Sus aclaraciones se agradecen porque si de algo puede presumir Putin es de cumplir sus amenazas: sabemos que gusta de cazar con mira telescópica, lo que requiere paciencia y determinación. Sin embargo, aunque con Georgia ha sido implacable, a la UE seguramente le tiene reservada un dardo tranquilizante.
Rusia necesita a Europa más de lo que pretende: son nuestras facturas de gas y petróleo las que llenan sus arcas. Por ello, sus amenazas energéticas son meras bravatas: pueden funcionar con Ucrania o con los Estados más débiles de la UE, pero no se atrevería nunca a cortarle el gas a Alemania o a Italia. Con quien Putin quiere realmente competir en Europa es con EE UU, empeñado en llevar la OTAN hasta las fronteras rusas. Pero para ello necesita una Europa dividida o callada. Esta vez, afortunadamente, no será ni lo uno ni lo otro.
José Ignacio Torreblanca es director de la Oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR).
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