Rumania recuperada
Narrativa. Es una realidad recuperada, emergida del limo de la Historia, que en el periodo de entreguerras -cuando la Rumania engordada con los despojos del Imperio Austro-Húngaro vivió años de gran crecimiento y empuje- floreció una generación de literatos que no se agota ni mucho menos con el terceto formado por Cioran, Eliade, Ionesco; hay otros autores considerables, y hasta gigantes póstumos: entre éstos, Max Blecher, el enfermo observador y delirante cuyas obras turbadoras comentábamos aquí semanas atrás, y desde luego su amigo Mihail Sebastian, como él muerto prematuramente, cuyas novelas se van publicando en España a rebufo del Diario, ese ahora canónico Diario, donde documentaba el día a día de la metamorfosis de una sociedad literaria rica, variada y culta, en una herramienta más del nacionalismo fascista y antisemita para tomar el control de un país. Metamorfosis a la que el pobre Sebastian tuvo que asistir desde dentro.
La ciudad de las acacias es una novela de formación, o de aprendizaje, centrado en el paso de la adolescencia a la madurez de una muchacha de la clase media en una ciudad de provincias, Braila, que es también la ciudad natal del autor. Apoyándose en descripciones muy someras, la trama es aparentemente sencilla y deshilachada, como las tardes de verano antes de ingresar en la edad del orden o en el orden a secas: la muchacha Adriana Dunea se relaciona con un reducido grupo de chicos y chicas, sufre un primer deslumbramiento y un primer desengaño amoroso, vuelve a enamorarse de otro amigo que antes le parecía feo y de pronto ha pasado a parecerle hermoso, hace un par de tentativas de subir a vivir a la capital, y nuevos vaivenes emocionales y amorosos gastan su voluntad y su ilusión y la empujan a tomar una vida vicaria y convencional pero tranquila.
Otros comentaristas han destacado la sensualidad elegante de las escenas, la penetración en la observación psicológica de los personajes adolescentes, todavía no formados, la influencia de Renard en la transparencia y economía del fraseo. Como Sebastian fue un gran melómano también se puede decir que es de carácter musical y contrapuntístico el ir y venir, el reaparecer de los diferentes personajes, y de las emociones que les mueven, hasta la escena final, que transcurre precisamente en una sala de conciertos. Ese deshilachamiento de la trama -tan parecido, en efecto, al de las vidas indecisas, tanteantes, falsamente perezosas de los adolescentes sin norte- confluye en esta nota final, nostálgica. Es una novela espléndida, a la que por su ligereza y aparente falta de ambición no se le suele conceder el mérito que tiene. Esto se debe también al Diario, figura que empequeñece todo lo demás que escribió Sebastian. Creo que quienes hayan sufrido el hechizo de novelas como Días enteros en las ramas o Les enfants terribles caerán también bajo el hechizo de La ciudad de las acacias.
También durante la guerra fría hubo en Rumania, no sólo entre los que se exiliaron (como Norman Manea), alguna literatura de interés más que local, como en los casos de Ecovoiu y Blandiana, nacidos respectivamente en 1943 y 1942. De ellos, dos modestas editoriales publican sendos libros de cuentos, con atmósferas de misterio y sueño, más o menos fantásticos y opresivos y más o menos alegóricos a los efectos del totalitarismo sobre el alma del individuo y a la degradación de las relaciones sociales. Más allá de esa función alegórica y alusiva, aspiran, como es lo propio del empeño literario, a comentar aspectos universales de la condición humana, el absurdo, la crueldad, la soledad íntima del individuo y su irresoluble conflicto con la comunidad... Paradigma de esto es el relato 'Aves voladoras para el consumo': con el propósito de criar pollos en el balcón de su piso de Bucarest y así burlar las privaciones, una mujer compra una gallina clueca y doce huevos ligeramente raros, pero las aves que nacen son ángeles; o 'Reportaje': las imágenes de un viaje soñado a París enlazan con las impresiones de un viaje por la pesadilla real de una isla penitenciaria y éstas con los detallados recuerdos de la noche, ya remota, en que en la casa familiar de la narradora se presentó el policía, sórdido y hambriento, que venía a detener a su padre.
Ecovoiu es más decididamente fantástico. En 'El relojero' postula un reloj que da la hora cuando en el pueblo va a producirse una desgracia, pero los vecinos consideran que es el reloj el que trae la desgracia. En 'El calígrafo', el amanuense de los innumerables tratados de paz entre dos ciudades trabadas en guerra intermitente, al desplazar una coma en el texto las obliga a firmar una paz perpetua. 'El laberinto de cristal' propone una arquitectura transparente, del estilo de la de Zamiatin en 'Nosotros', donde todos los ciudadanos están expuestos siempre a la inquisición del poder.
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