¿Y ahora qué?
China ha sido admirada por la organización de los Juegos, pero no da señales de democracia
Pasadas las fanfarrias y los elogios a China por la magnífica organización y el propio éxito deportivo logrado en los Juegos Olímpicos, hay que preguntarse si todo ello tendrá algún impacto en la necesidad de democracia que debe exigirse a una nación con su actual poderío económico. Los gestos del régimen comunista antes y durante los Juegos no auguran lo mejor: persecución de disidentes, represión en el Tíbet y Xinjiang, restricciones a la prensa y al acceso a Internet. El presidente del COI dijo en la clausura que el evento había servido para que China conociera más al mundo y éste a los chinos. Y en ese sentido, cualquier acción de apertura democrática, por pequeña que sea, será muy positiva para la estabilidad interna del gigante asiático y también para su mayor integración en el mundo.
¿Fue un error conceder en 2001 a la República Popular la organización de un importante evento de paz como son unos Juegos Olímpicos? Desde el punto de vista deportivo, evidentemente que no; desde el político, hay que concluir que sí. El Gobierno chino no dio un solo paso en el desarrollo de los derechos humanos durante todo ese tiempo. Es más: hubo un retroceso, tal como han denunciado las organizaciones humanitarias. Incluso durante los 18 días de la fiesta olímpica las autoridades no bajaron la mano en la represión y llegaron a actuar algunas veces hasta con saña como ilustra la detención de dos ancianas, condenadas a un año en un campo de reeducación por protestar por la pérdida de su casa. Al final, la sentencia no ha sido llevada a cabo pero el gesto dice mucho del carácter despiadado del régimen.
Los Juegos de Moscú en 1980 no tuvieron ningún efecto a corto plazo a diferencia de lo que sucedió con los de Seúl en 1988. Pocos creen que China emulará a Corea del Sur en lo que respecta a la aplicación de mecanismos democráticos y transparencia interna. Los cambios políticos, si llegan, serán lentos y sin sobresaltos, porque a lo que aspiran los dirigentes comunistas chinos es a continuar por la vía de las reformas económicas emprendidas por Deng Xiaoping hace tres décadas. El anciano y fallecido líder tenía como modelo Singapur, es decir, un país capitalista autoritario. Sus sucesores, con más o menos virajes, piensan igual. La diferencia es que en Singapur viven algo más de cuatro millones de personas frente a más de 1.300 millones en China. ¿Hasta cuándo resistirá esa fórmula?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.