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Columna
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Separatistas del metro cuadrado

Si no fuera porque la urbanización El Practicante pretende proclamar su independencia de Camarma de Esteruelas, que es el municipio madrileño al que por ahora pertenece, más de uno no sabría a estas alturas de la existencia de El Practicante. Y tampoco de Camarma de Esteruelas. No es el caso del Real Sitio de Aranjuez, al que no le hace falta que le amenace con la independencia el Real Cortijo de San Isidro, que por ahora es suyo y lo amenaza con irse, para que se sepa que existe Aranjuez. De todos modos, estos conflictos valen, como se ve, para la promoción de villas y pedanías, y para un más cabal conocimiento de nuestra geografía regional. Pero lo cierto es que en la misma edición de este periódico en la que los vecinos de El Practicante se quejaban de que el Ayuntamiento de Camarma les saque más euros que los que les da, y lo mucho que han tenido que pagar para el asfaltado de sus calles, van los vecinos del Cortijo de San Isidro, pedanía que ya goza de cierta autonomía menor desde la dictadura, y piden más competencias. En el caso de El Practicante, no parecía en principio que se diera motivación ideológica de carácter independentista que apremiara a sus vecinos, sino apremios de gestión. Pero lo del Real Cortijo sí parecía otra cosa, porque, aunque también se quejaban de desatención por parte del Ayuntamiento de Aranjuez, lo primero que hicieron hace más de un mes fue arriar bandera propia y exhibir su escudo nuevo, con lo que es fácil entender que los socialistas que gobiernan en Aranjuez se hayan soliviantado ante la sospecha de un nacionalismo isidril de reciente factura con semejante provocación. Estos fervores patriochiqueros se sabe cómo empiezan, por muy alocadas que sean sus maneras, pero no cómo acaban. No obstante, está por ver si se trata de un nacionalismo de izquierdas o de derechas, que, según Esteban González Pons (PP), son conceptos totalmente caducos (la derecha y la izquierda, se entiende, no los nacionalismos), o se trata de extremistas de centro, como el propio Pons se autocalifica. A través de las crónicas de Camarma y de Aranjuez, no consigue uno averiguarlo.

Por eso sorprende que en un territorio como el madrileño, tan poco dado a las identidades, a los separatismos y a las banderías, se den a la vez dos casos de intento de autodeterminación por las bravas, sin que un Ibarretxe local haya trazado antes un plan para establecerse por su cuenta. Eso sí, hay un dato muy relevante para entender esta independencia, y es éste: que el Real Cortijo de San Isidro no es que exija más competencias, simplemente, sino que las reclama, sobre todo en urbanismo. Pero también las quiere El Practicante, que, aunque sin escudo ni bandera, para cuyo diseño sería de esperar mejor gusto que para su actual nomenclátor, por mucho que traten de recuperar de la historia el viejo nombre de Camarma del Cao, que lo intentan, ignoran lo que dice con toda claridad la legítima alcaldesa de Camarma de Esteruelas: que pretenden erigirse en municipio independiente desde la ilegalidad de los que construyeron en terreno rústico, fuera de cualquier plan territorial de ordenación; es decir, que se trata de los verdaderos fundadores de esa pequeña patria-propiedad.

Así que a este lobo separatista de El Practicante, futura Camarma del Cao, como al del Real Cortijo de San Isidro, que parece mentira con tanto fuste y solera, por muy disfrazados que vayan de Caperucita, se les ha visto no sé si la oreja o el rabo del lobo.

La ideología del metro cuadrado puede llenar España de segregacionistas, no ya dispuestos a romperla a cachos y cantando, sino a pedacitos y quejándose, aunque sea por la voluntad de reconstruirla después a gusto propio y fomentar su crecimiento. El urbanismo se ha convertido en motor de nuevas identidades, en acelerador de todo tipo de ideologías o en una ideología en sí mismo. No hay que olvidar que el urbanismo cambió el destino político de esta región -recuérdese a Tamayo y Sáez, buena pareja de segregacionistas para cuenta propia-, y será capaz de diseñar nuevos escudos y banderas con ladrillo visto en los laberintos económicos de la Comunidad. No hay nada que pueda movilizar más a un patriota municipal que el urbanismo, y no hay separatismo más moderno que el separatismo inmobiliario. Y, por lo visto, al igual que esas coaliciones de partidos con cualquier ideología, incluidos los extremistas del centro, con un interés común: el metro cuadrado.

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