Se acabó la fiesta
España ha disfrutado en los últimos años de una fabulosa fiesta económica. Amparada en unos tipos de interés reales negativos y en unos mercados financieros que aceptaban una compensación bajísima por el riesgo que tomaban -¿recuerdan las múltiples advertencias del G7 sobre la infravaloración del riesgo?- y que permitieron una expansión del endeudamiento español hasta niveles récord, la economía española ha crecido en esta década a una media superior al 3%. Hay que remontarse al año 1996 para encontrar un periodo con un crecimiento interanual del PIB inferior al 2,5%.
El mecanismo de crecimiento era sencillo, y conocido. La fuerte demanda extranjera de derivados hipotecarios españoles permitía financiar una rapidísima expansión del sector de la construcción -que pasó, en diez años, de un 5% a un 13% del PIB- potenciando un fuerte aumento de los precios de la vivienda, del empleo y del consumo. Este aumento de los precios inmobiliarios aumentaba el valor de los activos de las empresas constructoras, lo cual les permitía endeudarse todavía más.
No reconocer que se está perdiendo dinero e ignorar las causas es garantía de fracaso futuro
El resultado, un crecimiento económico estelar y un déficit por cuenta corriente cercano al 10% del PIB, el mayor del mundo en términos de PIB y el segundo en términos absolutos, "sostenible" mientras no cambiaran las reglas del juego que mantenían en marcha esta ruleta de endeudamiento. Pero, por desgracia, las reglas del juego han cambiado y la demanda de derivados hipotecarios ha prácticamente desaparecido -por primera vez desde que se creó la Unión Económica y Monetaria los mercados financieros europeos se han segmentado a nivel nacional, invalidando así el argumento principal de que en una unión monetaria los déficit por cuenta corriente son irrelevantes- reduciendo drásticamente la financiación disponible para la economía.
No es por tanto un frenazo económico -si por ello se entiende que cuando se levante el freno se volverá a la velocidad anterior- sino un cambio en las reglas que han eliminado el turbopropulsor de la economía española. La gran duda que queda por resolver es, por tanto, cual es el nivel de crecimiento potencial de la economía española en este nuevo régimen de mercados financieros mucho más exigentes.
Como escribimos en esta columna hace unos meses, España debe aprender a crecer más despacio. El episodio que estamos viviendo no es una crisis, es una desaceleración cíclica en un cambio de régimen que debe conllevar un fuerte ajuste estructural del mercado inmobiliario. ¿De verdad creíamos que el ciclo económico había desaparecido? ¿De verdad creíamos que, con un crecimiento de la productividad cercano a cero, España podía generar un crecimiento potencial del 3%?
Es una desaceleración que debería haber sucedido hace tiempo, pero que debido a una serie de condiciones extraordinarias -entre ellas el rapidísimo aumento de la población y los bajísimos tipos de interés reales- se ha pospuesto. Es importante diferenciar crisis de desaceleración porque la sensación de crisis típicamente conlleva la urgencia de regenerar el statu quo, y eso no es lo que España necesita. España no necesita retornar a las tasas de crecimiento de la inversión inmobiliaria o del crédito de los últimos años, y por tanto no necesita una agencia pública que facilite la titulización de hipotecas, como se solicita desde algunos sectores.
Como muestra la experiencia de Fannie Mae en Estados Unidos, estas agencias acaban generando muchos más problemas de los que resuelven. España necesita sentar las bases de una economía que ha probablemente culminado el proceso de convergencia europea y que por tanto crecerá en el futuro a tasas más cercanas al 2% que al 3%.
Y para ello no hay recetas milagrosas, más allá de crear una economía flexible donde la innovación encuentre un caldo de cultivo favorable. Hablar de cambiar el "modelo de crecimiento" es un error, ya que no se puede ni debe imponer una composición del crecimiento determinada, pero si se pueden crear los incentivos adecuados. La disciplina fiscal y el rigor supervisor han sido los grandes aciertos españoles de la última década, y las asignaturas pendientes son conocidas: romper el círculo vicioso precios-salarios de las cláusulas de revisión salarial, reducir la dualidad de los contratos laborales, y liberalizar los mercados de bienes.
Como enseñan los mercados financieros, perder dinero de vez en cuando es lógico y saludable, no reconocer que se está perdiendo dinero e ignorar las causas de las pérdidas es garantía de fracaso futuro. España debe aceptar el nuevo contexto financiero mundial y avanzar hacia adelante, no mirar hacia atrás.
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