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Reportaje:El día después de la catástrofe aérea

Dolor en los bancos de la iglesia

La diócesis de Madrid organiza una misa en una parroquia para los familiares que no pudieron asistir a otra celebrada por la mañana

"Es ley de vida que un hijo entierre a su madre. Lo raro es que suceda al revés, que la madre entierre al hijo". Cabizbajas, varias personas asienten. Los brazos, caídos. Como abandonados. Las miradas, vidriosas. Una mujer se tapa la boca con la mano en una mueca de dolor. Otra, dos asientos más allá, rebusca en un bolso, negro, y saca un pañuelo de papel. No tardará en necesitar otro. Las palabras del obispo de Canarias, Francisco Cases, resuenan en la parroquia María Virgen Madre, la más cercana a Ifema.

"La madre enterró al hijo. María enterró a Jesús. Ella sabe bien lo que es esto", prosigue a modo de consuelo. Acaba la misa. Los brazos siguen caídos, como sin vida. Las miradas, antes perdidas, parece que vuelven a la realidad. Los dos centenares de familiares de las víctimas del accidente aéreo en el que fallecieron 153 personas empiezan a salir. Despacio. Apoyándose unos en otros. Cogiéndose con fuerza del brazo. "Aguanta", le susurra una mujer a otra. Una tercera se cubre los hombros con una manta de la Cruz Roja. Les esperan fuera los mismos cinco autocares que les han traído desde Ifema y desde el hotel donde se alojan, el Auditorium.

Unas 200 personas acudieron al oficio que presidió el obispo de Canarias
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Se guían por el rojo de la Cruz Roja y por los petos naranjas del personal de Spanair. "¿Dónde está la salida? Ah, ahí, sí", se contesta a sí mismo un hombre mayor, desorientado por momentos. En la puerta, una trabajadora de Cruz Roja les previene: "Hay muchos fotógrafos y cámaras fuera. Tienen otra salida en la parte de atrás". Muchos ni la oyen y se dejan llevar. Otros se dan la vuelta y enfilan hacia la sacristía. De allí, a la calle y a los autobuses. Algunos siguen adelante. Como si los flases les pudieran hacer algún daño ya. "¡Qué más da!", levanta la voz una mujer joven, con la cara enrojecida y el pelo revuelto. En las mejillas se adivinan lágrimas resecas.

La de ayer a las nueve de la noche fue la segunda eucaristía del día. Por la mañana, el obispo auxiliar de Madrid, César Franco, había presidido una misa improvisada en una sala del pabellón 8 de Ifema. Asistieron unas cincuenta personas. Se había convocado a las once y media, pero, por error, a los familiares que descansaban en el hotel les informaron de que era una hora más tarde, según relató ayer el párroco de la iglesia, situada en la avenida del Machupichu.

El obispo de Canarias, que también había participado en la misa matutina, se ofreció a oficiar otra por la tarde, organizada por la diócesis de Madrid. "Ésta es la parroquia más próxima a Ifema, y así los familiares han estado más cómodos que en una sala", explicó el párroco. La mayoría eran canarios.

En la calle, un padre y un hijo sentados sobre sus bicicletas. "¿Qué pasa ahí?", pregunta el niño con insistencia. "No te acerques. Luego te lo explico".

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