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Reportaje:

Un tejado con vistas secretas

200 turistas suben cada día por 10 euros a las alturas de la catedral de Santiago

Con el repique de las campanas de la catedral comienza lo más parecido a un recorrido en el tiempo que se puede vivir en Santiago. Veinte estudiantes procedentes de diversos puntos del mundo suben a los tejados de la catedral, previo pago al cabildo eclesiástico.

Sarah es una estudiante neoyorquina de Historia del Arte. Aunque controla perfectamente el castellano, escogió Galicia para vivir durante tres semanas y mejorar el idioma, que habla casi a la perfección. Al igual que sus compañeros de la academia compostelana Iria Flavia, escucha atentamente las explicaciones de Carlos, un guía de origen colombiano que conoce perfectamente las historias que esconden los robustos muros de piedra de la joya del Barroco. La visita se inicia en el Palacio de Xelmírez, en la plaza del Obradoiro, donde el guía muestra la cocina y el comedor. A pesar de que el olor a comida ha desaparecido y que las salas están vacías, Carlos, con sus explicaciones, "llena ese escenario vacío casi real sin imágenes", afirma Saga.

En el Palacio de Xelmírez se trataron importantes asuntos de Estado
"Las cubiertas de la catedral fueron escalonadas y hechas de granito"

"Aquí se llevaron a cabo importantes acuerdos. Asuntos de Estado eran tratados en este salón", explica Carlos, "como, por ejemplo, la constitución del Parlamento gallego, en 1981". Pasaron los años y en la estancia no hay imágenes que cuenten qué ocurrió en otros tiempos. Pero antes, los constructores habían sembrado de pistas grabadas las ménsulas o los adornos que dan soporte al inicio de los arcos de medio punto atravesados en el techo de la sala. Y es en ellas donde figuran representaciones de la vida cotidiana, bodas legales, la lavatoria o una comida típica con alimentos más bien sencillos: pan, agua y vino.

La marcha continúa con el objetivo de acceder a las cubiertas. A través de un pasadizo el Palacio Xelmírez queda atrás y, por encima del Pórtico de la Gloria, se descubre un cuarteto de cabezudos, "fieles guardianes del altar mayor". Con mucha tranquilidad y cubiertos de polvo aguardan la llegada de días señalados y así recorrer las calles de Compostela con sus mejores galas. Siempre al lado del patrón de Santiago. Un tramo de escaleras conduce a la puerta final del recorrido, por la que se accede a los tejados. "Dar la vuelta supondría una pérdida segura, con tantas vueltas hemos perdido el norte", asegura un estudiante de Iria Flavia.

A primera vista, todo son más tejados. Pero desde lo alto de Santiago se observa la acción continua con movimiento ralentizado y los gritos se convierten en un pequeño barullo. El guía del Palacio de Xelmírez busca la atención de los visitantes para continuar con las explicaciones. "Las cubiertas de la basílica compostelana fueron desde sus orígenes de granito y escalonadas", relata Carlos, "y solamente a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XX fueron cubiertas de teja. En la actualidad conservan su estado original".

Una balconada con vistas a la Quintana en su brazo derecho, la torre del reloj -es decir, la célebre campana Berenguela que robó Almanzor- haciendo esquina con As Platerías, y la plaza de A Inmaculada saltan a los ojos en una primera y rápida panorámica. Y detrás del espectador, la imponente fachada presidida por Santiago Apóstol. "La torre del reloj o de la Trinidad era el faro que guiaba a los peregrinos para llegar desde el Monte do Gozo a Santiago", relata Carlos.

Al reloj de la Berenguela, en la actualidad, sólo le queda una manecilla que se encarga de marcar el tiempo a todos los caminantes de la ciudad y que resuena cada 15 minutos. El empedrado de las plazas que rodean la catedral, donde la actividad está presente las 24 horas del día, y los acogedores soportales de la plaza de la Quintana, donde un popular artista enmascarado desgrana melodías de jazz con su guitarra eléctrica, completan la visión.

Las campanas vuelven a repicar en lo alto de la torre de la Trinidad. El guía colombiano calla. Sólo sugiere a los estudiantes unos minutos de silencio para grabar en el oído y en la retina la inusual, casi secreta, panorámica de las calles de la capital de Galicia. Y lo único que echan de menos los visitantes es no contar con un poco más de tiempo para permanecer en lo alto de los tejados de la catedral.

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