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Reportaje:

Relato solidario a cuatro voces

La mitad de la cooperación española va a América Latina - De la Vega viaja cada verano a supervisar los resultados

Ana Alfageme

Dos bebés viven sobre un río de inmundicia pero comen cinco veces al día por el trabajo de unas monjas. Una mujer con 10 hijos dejará de convivir con la pestilencia en la bahía más bella de El Salvador. Un barrio de Santo Domingo anexo a la zona colonial mudará su piel de gueto. Son algunas caras de un relato de solidaridad. Casi la mitad del dinero que, de los impuestos que pagan los españoles, se dedica a la cooperación (un 42% de los 5.509 millones previstos para 2008, lo que constituye ya un 0,5% del Producto Interior Bruto) va a Latinoamérica.

La vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, en su cuarto viaje oficial a la región, se ha centrado en la inversión española (pública y privada) en los cuatro países que, en 11 días, ha visitado: México, República Dominicana, Haití y El Salvador. Ha repetido que España no aplicará la directiva europea de retorno de inmigrantes y ha vendido con entusiasmo el proyecto para que los extranjeros puedan votar en elecciones municipales españolas. Pero, sobre todo, ha monitorizado la ayuda al desarrollo. Y ha querido recalcar que el compromiso para esta legislatura es llegar a donar el 0,7% del PIB. Queda por saber si se cumplirá.

Dos bebés que comen

Oader y Oudur chillan cuando los flashes acosan al sentarse junto su madre una mujer blanca, la vicepresidenta del Gobierno de España. La joven ni siquiera los mira. Probablemente, los dos bebés gemelos sean fruto de una violación múltiple. Pero al menos comen, aunque vivan en el suburbio más mísero de Haití, el país más pobre de América.

Siete monjas, cuatro de ellas españolas, se encargan de que mujeres que alumbran a niños tras haber sido forzadas aprendan a quererlos, y que éstos estén nutridos, y que 1.300 niños más paseen un impecable uniforme por el conglomerado infernal de chabolas de chapa que es su casa y la de otros 300.000 haitianos en una barriada de Puerto Príncipe cuyo nombre (Cité Soleil, Ciudad del Sol en francés) es una broma macabra.

En medio de esa selva de chamizos reventados por las balaceras, refugio de las bandas, está el colegio Rosalie Rendu de las hermanas de la Caridad, premio Príncipe de Asturias de Cooperación. Un recinto humilde pero con parterres, con aulas. Algo parecido a la seguridad. O no.

"En los últimos tiroteos, dormíamos debajo de la cama". Sor Pilar, una enérgica navarra que lleva 25 años en Haití y es la superiora del colegio, cuenta los enfrentamientos de principios de 2007, cuando los cascos azules de la ONU declararon la guerra a las bandas. "Hubo momentos en que el único coche que se respetaba era el nuestro, y una vez que nos evacuaron gritaban: '¡No se vayan, hermanas, si se van ustedes acaban con nosotros!". Pero las monjas nunca han dejado de alimentar a los críos. "Es la suerte que tenemos, por la cooperación internacional", dicen.

Desde la penumbra risueña del colegio, la vicepresidenta salió a dar un breve paseo por el paisaje de penuria. Niños semidesnudos se acercaban pidiendo dólares y acababan abrazados a ella, que miraba el horizonte interminable de miseria con gesto demudado. Al otro lado del hedor del río, hombres y mujeres sin futuro clavaban sus ojos sobre la comitiva. En Haití, más de la mitad de sus nueve millones de habitantes sufre una pobreza extrema. El Gobierno español gasta aquí al año 16 millones de euros, de los que 240.000 van al colegio. Ha multiplicado por 30 la ayuda. Desde la indignidad de Cité Soleil, suena a poco.

Pescado libre de fango

Un perro esquelético sorbe del regato pestilente frente al umbral de la casa de Marta. "Ya ve cómo estamos, no se puede vivir así". Un niño, quizá uno de sus nietos o de sus hijos (tiene 10), se asoma curioso. Unos metros más allá, los manglares y la bahía de Jiquilisco, en El Salvador, un paraíso de 63.000 hectáreas y enorme biodiversidad (fue reconocida en 2007 como Reserva de la Biosfera) que, como el resto del país, es el desagüe de una pequeña nación densamente poblada (siete millones de habitantes en una extensión como Badajoz). Sólo el 3% de las aguas se vierte después de ser tratada.

La vicepresidenta inauguró, entre banderitas de España y de El Salvador, una planta de saneamiento costeada casi totalmente por la cooperación española, con 540.000 euros en Puerto El Triunfo, uno de los extremos de la bahía. A partir de ahora, las aguas residuales del poblado, de 10.000 habitantes, ya no se verterán al humedal, un centro pesquero y marisquero del que viven 50.000 vecinos.

Al lado de la casa de Marta, en la otra punta del laberinto de manglares, en Puerto Parada, la delegación abrió un centro de interpretación ecológica, también fruto de la donación española. Si falta la pesca -que empieza a escasear, contaba un pescador-, hay esperanzas de que los turistas se acerquen. "Y ya tenemos nuestro bulevar adoquinado, que no sabe usted lo que significa eso", decía otro.

Agua limpia en Acapulco

"No puede ser que de los 4.400 millones de personas que viven en países en desarrollo, casi tres quintas partes carezcan de saneamiento básico y un tercio no tengan agua potable". Las palabras pronunciadas por la vicepresidenta española unos días antes en Acapulco (México) parecían insólitas. Acapulco suena a Frank Sinatra, a glamour de los años cincuenta, a margaritas al atardecer en hoteles de lujo. ¿Problemas de agua en uno de los destinos turísticos más famosos del Pacífico? Pero la bahía de una ciudad de 700.000 habitantes, rodeada por rascacielos y atascos a cualquier hora, esconde una cara peligrosa: es el desagüe de todo tipo de contaminantes insalubres, sobre todo en época de lluvias, cuando las tormentas arrastran desde bolsas de basura hasta perros muertos.

Las autoridades mexicanas reconocen que, tras el paso del huracán Paulina (1997), que dañó la red de saneamiento de Acapulco, ésta no funciona bien. Tampoco opera adecuadamente la planta potabilizadora, que tiene el riesgo de averiarse y verter agua contaminada a la red.

El Gobierno, que ha creado un Fondo de Cooperación para el agua y el saneamiento en Latinoamérica (1.074 millones en cuatro años, hasta 2012) va a costear con 35 millones la mitad del plan de saneamiento integral de la bahía de Acapulco y realizará el plan de viabilidad. El objetivo: que todos los vertidos al mar sean de aguas tratadas.

Estruendo de un barrio

Al final del barrio de Santa Bárbara, en el corazón de Santo Domingo, hay un muro en el que los niños han pintado personajes amables, fantásticos. Para neutralizar la masa de ladrillos que les separa de las calles limpias, las fachadas encaladas, los turistas de la zona colonial. Para olvidarse del hambre, de su imposibilidad de leer, de eso que Guillermo y Jean Jean, dos monitores de un taller de chavales, conocen tan bien. Unos chavales sonrientes se han subido a unos zancos para escenificar la petición de oportunidades culturales ante la vicepresidenta.

Desde hace más de una década, una planta generadora de electricidad atruena día y noche la barriada, y los atracadores campan a sus anchas, como le ocurrió hace pocos días a la hija de Francis, que se asoma a la puerta de su casa cuando pasa la comitiva española junto a su vecina Victoria, una anciana que señala la ensordecedora instalación junto al río.

La Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) pretende restaurar el barrio y hacer más salubres casas y calles, con 1,2 millones de euros en cuatro años. España es el primer donante internacional en el país, con 20 millones de euros entregados en 2007.

Algunos de los 1.000 vecinos del barrio, un enclave asolado por la pobreza, el paro y el analfabetismo, no tienen agua, o luz, o la consiguen enganchándose ilegalmente a uno de los cables que cruzan el cielo. Apenas hay comercios y los rincones ocultan chabolas a las que se asoman tímidamente mujeres como Nuria, que entreabre la puerta de su chamizo, un pequeño cuarto. Tiene cinco hijos y 34 años. Cuando se le menciona el futuro de su barrio, a pocos metros de los grupos de turistas que retratan el esplendor colonial, sonríe con unos pocos dientes.

Nuria, en la puerta de su casa en Santa Bárbara (Santo Domingo).
Nuria, en la puerta de su casa en Santa Bárbara (Santo Domingo).A. A.
Fernández De la Vega, con los bebés Oader y Oudur, y la madre de éstos, en el barrio haitiano de Cité Soleil.
Fernández De la Vega, con los bebés Oader y Oudur, y la madre de éstos, en el barrio haitiano de Cité Soleil.A. A.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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