Un año con las 'subprime'
Después de un año de crisis financiera, transmitida por los mercados internacionales como un virus, agravada en países como Estados Unidos, Irlanda o España por burbujas inmobiliarias propias e intransferibles y amplificada por el impacto del encarecimiento brutal del precio del petróleo, todavía la frase más repetida, el tópico más oído y el menos explicativo sigue siendo "lo peor está por llegar". Se sabe perfectamente cuál es el origen de la crisis -la irresponsabilidad de los bancos que crearon las hipotecas subprime o basura-, las circunstancias que la hicieron posible -la extrema laxitud de los controles de las autoridades estadounidenses-, la fecha del estallido ante la mirada atónita de gobiernos e inversores -el 9 de agosto de 2007, cuando la Reserva Federal inyectó 100.000 millones de dólares en el sistema bancario para dotar de liquidez a instituciones financieras al borde de la asfixia- y las recetas intervencionistas de Washington y Londres para atajar la ruina de sus bancos, que consisten en comprar activos dañados con dinero público para salvar a inversores, depositantes y clientes hipotecados. Pero no se percibe con claridad cuándo y a través de qué mecanismos se recuperará la confianza de los mercados.
Los observadores más optimistas suponen que el grueso de la crisis ha pasado porque las autoridades nacionales han conseguido apuntalar la solvencia de los bancos más grandes obligándoles a aumentar su capital, única forma de sanear los activos contaminados por las hipotecas basura y la cadena de titulizaciones con activos depreciados que han enfangado casi todo el sistema financiero internacional. Pero los más pesimistas recuerdan que los bancos apenas han aflorado la mitad de las pérdidas causadas por la depreciación de activos. Apenas pueden sugerirse hoy dos reflexiones. La primera es que cuando se conozcan las cuentas de resultados de los grandes bancos mundiales correspondientes al ejercicio de 2008 quizá sea posible calcular con más precisión cuántas pérdidas quedan por confesar y cuántas decisiones desagradables restan por tomar antes de normalizar la intrincada red financiera mundial. La segunda es que después de este crash hay que contar con que los créditos serán probablemente más caros y más difíciles de conseguir. La época del dinero barato, es decir, de los tipos de interés reales negativos o neutralas, hace mutis por un largo periodo.
Un beneficio añadido, aunque bien poco probable, sería que los gobiernos y las autoridades monetarias extrajesen las lecciones adecuadas de esta crisis para que, al menos, disminuya el riesgo de fraudes causados por el apalancamiento financiero. En el intercambio histórico de errores que se produce en cualquier convulsión, política o económica, debería quedar establecido al menos en ésta: que la intervención en última instancia del dinero público para salvar ruinas como Bear Stearns, Freddie Mac, Fannie Mae o Northern Rock tendrá como contrapartida un endurecimiento de normas, inspecciones y controles que deben aceptar o sufrir los bancos estadounidenses o británicos para que no vuelvan a provocar un caos de semejantes proporciones. Veremos si la lección se recita correctamente. -
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