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Reportaje:EL CLIC

El vuelo de la libertad

El ser humano quiere volar por lo mismo que nada o cocina, para someter a otro elemento y dirigir el aire, el agua y el fuego como dirige la tierra; pero también para saber lo que es la libertad; y ese muchacho que en la imagen se eleva con su monopatín bajo el puente que une la calle de Juan Bravo con la de Eduardo Dato sobre la Castellana, parece que saltase para cambiar de idioma o de especie, para ser durante unos segundos una letra china o un insecto, pero también para convertirse en otra pieza de La sirena varada, que es la escultura de Eduardo Chillida que hay a su derecha. ¿Sabrá que esa obra fue alguna vez un símbolo de la lucha contra la dictadura o vivirá, como tantos españoles nacidos en la democracia, al margen de la historia de su país?

En el aire no existen la geografía ni los callejeros, y por lo tanto ese niño no está ahora en ninguna parte; pero cuando aterrice volverá a estar en el Museo de Arte Público de Madrid, que fue ideado por el artista Eusebio Sempere y alberga obras de Joan Miró, Alberto Sánchez, Pablo Serrano, Martín Chirino, Manuel Rivera, Pablo Palazuelo, Julio González, Gustavo Torner o Gerardo Rueda, entre otros. La sirena varada se convirtió en un emblema porque el alcalde franquista que había en el Madrid de 1972, que es el año en el que debía de haberse inaugurado el museo, hizo que la retiraran, aduciendo razones de seguridad en contra del informe de los ingenieros municipales. El verdadero motivo de la censura lo aclara en nuestra imagen la naturalidad con que La sirena varada asimila al niño del monopatín: Chillida hacía volar al cemento, y eso debió de parecerle subversivo a las autoridades de la época. La apertura tuvo que esperar hasta 1979.

Sin embargo, también hay algo inquietante en la fotografía, y es el resto del cemento que se ve en ella, el que no es una obra de arte ni una victoria sobre la ley de la gravedad. Porque mientras dure su vuelo, el niño estará en otra esfera, a salvo del mundo real, convertido transitoriamente en una pieza de museo, y ésa es la causa de que combine tan bien con la creación de Chillida y con el edificio reflejado en los cristales del fondo, en los que quiere ser una casa de Gaudí o un cuadro cubista; pero no parece que su alegría tenga mucho que ver con la tristeza gris del paisaje urbano que lo rodea, al que sólo alivia el verde de unos setos entrevistos al fondo. ¿Por qué no hay árboles? ¿Por qué es todo tan árido? Cuando las ruedas de la tabla caigan sobre el piso, se oirá un golpe desagradable, seco, el sonido de un mundo en el que no existen la sombra ni los jardines. Ése será el final de la escena, pero no necesariamente su fin, porque ha quedado grabada por las dos cámaras que vigilan al niño y apuntan hacia él desde las alturas, como si fuesen los cañones de una escopeta de caza con un pájaro en su punto de mira.

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