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Crónica de noche
Columna
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Chicas de la vida

Pregunto yo si no se cansará el Ayuntamiento de Madrid de fracasar con lo de las putas. Y no sólo el de la capital; también otros municipios gordos de la región tienen chicas de vida alegre, como decían antaño, ofreciendo sus servicios en cualquier lugar de la vía publica. En la capital veo un esfuerzo denodado de recursos humanos y materiales por escamotear el negocio del puterío, mientras sus protagonistas siguen brotando como las setas. Ni que presionen con agentes municipales, ni que pongan las cámaras de Gran Hermano, ni que mandes al Ejército de Salvación a predicar.

El mercado de la carne sigue instalado a cielo abierto con más naturalidad y más descaro si cabe que nunca. Miren la calle de la Montera, que tanto hemos comentado en estas páginas. La proliferación de chicas del Este haciendo la carrera es de tal intensidad que al día de hoy no se me ocurre en Madrid un espacio urbano tan idóneo para practicar lenguas eslavas. Las hay de todos los tipos y perfiles. Desde la rusa refinada de mirada gélida que sujeta el cigarrillo como esas agentes del KGB que salen en las películas de James Bond, hasta la clásica choni que espera a la clientela comiendo pipas y escupiendo las cáscaras con un certero lengüetazo. Esa calle es suya y los municipales ya no les dan miedo porque saben que nada pueden hacer para evitar que estén allí. Tres cuartos de lo mismo acontece en las calles Desengaño y Ballesta, aunque por algún motivo que ignoro aquel territorio está frecuentado por mujeres provenientes de latitudes más cálidas. Se da una curiosa mezcla entre caribeñas y subsaharianas sin que ello evite la concurrencia de representantes de otras nacionalidades, especialmente rumanas. El bienintencionado intento de un grupo de empresas por regenerar la zona con tiendas de diseño y moda de momento no ha calado en la conciencia de las putas, que disfrutan viendo las novedades completamente ajenas a la intención final de la iniciativa. Esa trasera de Gran Vía es uno de los pocos lugares donde aún se exponen las meretrices nacionales, una especie en vías de extinción.

No conozco un país sin putas, las he visto hasta en Irán, donde puede costarles la vida

Cada vez escasean más las españolas que hacen la calle, debido, según parece, al bajo precio que ofertan las extranjeras, y a encontrar mejor acomodo en otros soportes de distribución más discretos, como Internet o la telefonía móvil. Las compatriotas que quedan en Desengaño son en realidad tan mayores que agradecerían un buen expediente de regulación de empleo o una jubilación anticipada. Ellas constituyen el único grupo en regresión de este mercado que, como cualquier fluido, busca la vía de salida más cómoda al ejercer una presión sobre él. Cuando las limitaciones al tráfico rodado reducían drásticamente el ejercicio de la prostitución en la Casa de Campo, el negocio halló acomodo en la Colonia Marconi, hasta convertirla en un auténtico hipermercado del sexo. Ahora, y después de meter allí al séptimo de caballería de día y de noche, y una vez visto y comprobado que a las putas su presencia se la sopla con vientos de fuerza cuatro, ha sido declarada zona de tráfico restringido para que no circule la clientela. La medida, que la justicia frenó años atrás, terminará a buen seguro funcionando, y aquel polígono industrial irá experimentando una caída de la prostitución al tiempo que reaparecerá de manera espontánea en otro espacio urbano todavía por determinar. Y así una vez y otra, trasladando el tinglado de barrio en barrio para calmar las protestas vecinales y hacer el paripé. No hay una estrategia seria ni una política coherente que aborde este problema, que continúa engordando sin que los políticos sean capaces de ponerle el cascabel al gato. Ni la mojigatería feminista de la izquierda ni los meapilas de la derecha permiten afrontar la realidad de una actividad que sobreviviría a una guerra nuclear, como ha sobrevivido a la Inquisición, al fascismo, al comunismo, al sida y las enfermedades venéreas. No conozco un país sin putas, las he visto hasta en Irán, donde hacer la carrera puede costarles la vida. El rechazo moral o ético que pueda producirnos el ejercicio de la prostitución no justifica la negación de su insoslayable existencia y mucho menos el mantenerlo en ese limbo legal que impide regularlo. Por compleja que nos parezca de redactar y aplicar, sólo una normativa que regule el mercado del sexo puede ponerle un mínimo de orden a esta actividad y evitar el bochornoso espectáculo en las calles. Me pregunto cuántas putas más tienen que ejercer en la vía pública para que las administraciones reaccionen. Y también cuánto desmadre aguanta la hipocresía.

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