Laguna de colores
Ahora resulta que la sal que ha hecho famosas las salinas de Torrevieja no procede en exclusiva del Mediterráneo, como parecía obligado, sino que buena parte se entresaca de la lejana localidad del Pinós, en el Vinalopó, lugar donde la química y el vapor de agua se aúnan para disolver una gran roca de sal gema que allí surgió. En estado líquido es llevada por un saloducto hasta las famosas lagunas de que hablamos, donde la salmuera se reseca de forma definitiva para dar lugar al mítico producto que derribó reinos y construyó ciudades.
Los lagos que circundan la población se crearon por la inundación, de tarde en tarde, de las depresiones que el terreno presentaba, y las aguas estancadas, presas de gran calor y poca lluvia, volaban hacia los cielos dejando en las orillas y fondos, como una semilla, sus restos salinos.
Así sucedió durante siglos, significando esos residuos gran fuente de riqueza para los propietarios -que no eran otros que la Corona y sus beneficiados-, en unos tiempos en que la sal era producto de lujo y aun referencia económica, y para comprobación e ilustración échese una ojeada a términos de nuestro entorno, como gabela -impuesto sobre la sal- o admírese la curiosa etimología de algunas palabras de nuestro sin vivir diario, tal como salario, que de forma asombrosa hace coincidir la sal de nuestros pescados con aquello que se cobra por esforzado o cómodo trabajo.
Pero no siempre la explotación del tesoro dio los frutos esperados, y así Juan I autorizó que se abriera un acequión que comunicase de forma permanente las lagunas con el mar, y así que las lagunas fuesen albuferas, y se viesen llenas de los más sabrosos peces de la mar.
Las inclemencias meteorológicas y sísmicas confundieron el proyecto, y en el año 1500 se decidió anular el canalón y dejar las cosas en su justo principio y término. Las lagunas quedaron como salinas y para comer el pez, lo mejor era irse a capturarlo al mar o llegarse al restaurante.
Las lagunas de Torrevieja, la mayor y la contigua, que llaman de la Mata, no sirven para dar peces, pero constituyen unos humedales de importancia capital para el turismo de las aves migratorias, que en temporada se cuentan por millares. Son de destacar los flamencos y los zampullines cuellinegros, aves de inimitable gracia y color amén de curioso nombre, aunque en este último asunto tienen una gran competencia con otras de su especie, estas no migratorias sino que instalan allí sus nidos y sus reales, como la cigüeña, el tarro blanco, el aguilucho cenizo, la avoceta, el chorlitejo patinegro, el charran común, el charrancito y el alcaraván.
Para vegetales, los juncos y las sosas. Para comer, arroces y calderos, con pescados y mariscos, y ya, ñoras. Y para solaz del espíritu, las habaneras, género musical que ha prendido en estas tierras, sin duda por aquello de la sal del son. Y es que como diría el compositor Ricardo Lafuente; "Es Torrevieja un espejo, donde Cuba se mira, y al verse suspira...".
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