Simplemente Liza Minelli
El recital de la cantante despide el Festival de Jazz de San Sebastián
Las hay que transpiran y/o se acaloran y se ocultan tras un delicado pañuelo de encaje. Liza Minelli (Los Ángeles, Estados Unidos, 1946) lo reconoce: ella suda. Eso, no hay quien se lo discuta. La hija de Vincente Minelli y Judy Garland se plantó en medio del escenario del Auditorio Kursaal directa y a por todas. Del cero al cien en un suspiro. De tal suerte, Teach me tonight sonó como si su intérprete llevara calentando motores desde mediodía. Una nota sobre la vestimenta: Liza calzaba pantalones, blusa y cinta al pelo de color con reflejos plateados. En San Sebastián se presentó espléndida de tipo y de voz, algo delgada, quizá.
Tras dos primeras interpretaciones en primera línea de escenario, la cantante y actriz se acercó al piano, bebió un vaso de agua, declaró que se encontraba contenta y feliz por estar en la ciudad más hermosa que había visto en su vida, aunque en realidad, no hacía falta. A un público como el donostiarra no hace falta dorarle la píldora. Si hay un público dispuesto a aplaudir lo que sea, es éste.
Su repertorio actual es como un diario personal con las canciones que han hecho su historia
Luego, la protagonista de la noche habló con los de las primeras filas, recibió un ramo de flores de un espontáneo, lo depositó sobre el piano, cantó The man I love. El auditorio se vino abajo. Luces on: la diva quiso ver a su público al que tanto debe. Bien es cierto que, para ser una diva, la pobre Liza trabaja a destajo.
A falta de un servicio de ayudas de cámara, ha de ser ella misma la que arrample con una silla de tijeras de las que se utilizaban en el Hollywood clásico; la planta en medio del escenario, se sube a ella, cruza las piernas, parece desvanecerse, pero no. Su interpretación de She?s funny that way sentada de tal guisa y acompañada únicamente por la sección rítmica constituyó, acaso, la mejor faena de la noche; desde luego, la más jazzística.
Volvió la orquesta en pleno -12 profesores- para el momento más esperado de la noche. De repente, la antes conocida como Liza Minelli se transforma en la Sally Bowlles de Cabaret (con ella logró un Oscar en 1972), con su arreglo a la New Orleans jazz, suena directa y convincente.
Se nota: Liza Minelli lleva en esto desde los tres años, cuando interpretó In the good old summertime, junto a su madre. En total, han sido 64 años de carrera con sus altos y sus bajos, sus momentos de gloria y otros que mejor olvidar, será porque incluso ella es humana. Del intento de modernizar su imagen uniéndose a los ingleses Pet Shop Boys, en San Sebastián, no hubo ni rastro. Más bien todo lo contrario. Un recital al viejo estilo del espectáculo. Música de primera servida por un conjunto instrumental impecable. Lo mejor de lo mejor.
Liza volvió a aparecer en su segunda parte enfundada en un muy discreto traje negro surcado por un largo fular de color rosa pálido. Volvieron los viejos himnos de Broadway y un toque jazzístico que, acaso, se ha echado en falta en tantas otras actuaciones de este 43 Heineken Jazzaldía.
Su repertorio actual viene a ser como un diario personal a través de las canciones que han marcado su carrera cinematográfica y musical, las que más le gustan, las que tienen algún significado especial para ella. En su conjunto, pudo hablarse de un espléndido espectáculo, algo teatral, indiscutiblemente brillante. Parece que el directo está hecho a su medida. En los musicales que le otorgaron el reconocimiento por méritos propios (Cabaret y New York, New York) actuaba, cantaba y bailaba con brío. El mismo que ofrece en cada uno de sus directos. Como el que ayer puso el broche al festival. Puestos a ello, uno pondría una única pega al mismo: y es que, en mi modesta opinión, esta chica habla demasiado.
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