Españoles contra Hitler
Una compañía española de la División Leclerc fue la primera en entrar en París; luego participó en la toma del Nido del Águila, la guarida del Führer. Evelyn Mesquida relata en 'La Nueve' (Ediciones B) su peripecia vital desde los campos de exiliados en el Sáhara
La Legión francesa acogió a muchos de los refugiados españoles [tras la derrota republicana en la Guerra Civil]. (...) A los hombres válidos que iban llegando a los campos, los funcionarios franceses les habían ofrecido sistemáticamente enrolarse en la Legión o volver a España. Y volvieron algo más de cien mil refugiados en los primeros meses, sobre todo mujeres, niños y ancianos. Combatientes, muy pocos. Una cierta cantidad, difícil de cuantificar por el difícil acceso a los archivos, fue entregada por los mismos franceses a Franco. Muchos otros prefirieron enrolarse en la Legión, eligiendo la lucha con las armas en la mano en vez del maltrato y la humillación a que estuvieron sometidos en los campos. Así lo explicaría Enrique Ballester a Antonio Vilanova en su libro Los olvidados: "Para mí, la guerra que llegaba representaba la continuación de la de España; por ello, sin sentir ninguna atracción por ella, preferí los riesgos del soldado en campaña a la humillante condición de refugiado entre los alambres que nos rodeaban... Por otro lado, pensaba que si llegaba vivo al final de la guerra podría gritar a la faz del mundo que había ganado mi libertad con el fusil en la mano".
Más que las alambradas, el frío, la lluvia o el maltrato, el terrible dolor de muelas que sufría hizo claudicar al andaluz Manuel Fernández, internado en el campo de Saint Cyprien. Él mismo lo explicaba así en una entrevista con la autora, en 2004: "Cada día sacaban de allí decenas de muertos. Yo creí que iba a morir también. El dolor de muelas era insoportable y constante. Me volvía loco. Pronto comenzaron también la diarrea y los piojos. Los de la Legión venían incitando a que nos alistáramos. Al principio me negué, pensando en mi padre, porque él no habría querido que entrara en la Legión. Al final terminé aceptando: era la única forma para que me sacaran la muela y cesara aquel sufrimiento".
Le sacaron la muela. Cuando el dolor desapareció, Manuel ya estaba enrolado. Inmediatamente fue enviado a Marsella, y después, embarcado junto con varios centenares más hacia el cuartel general de la Legión de África del Norte, en Sidi Bel Abbès, a orillas del desierto. Allí se encontraban concentrados ya varios centenares más de españoles llegados de Francia.
A los españoles les dieron la posibilidad de alistarse por cinco años y, más tarde, a finales de 1939 y principios de 1940, de poder hacerlo por "la duración de la guerra". Varios miles de refugiados aceptaron este estatuto y formaron en la Legión los Batallones de Marcha de Voluntarios Extranjeros. Estos batallones fueron concentrados en Francia, en el campo de Barcarés, donde poco después se formarían los regimientos números 21, 22 y 23, los dos primeros con más de la mitad de españoles y el tercero totalmente integrado por ellos. Más tarde se formarían en el norte de África seis regimientos más con miles de residentes y refugiados españoles o de origen español, y dos de ellos -el 11 y el 12- fueron enviados también a Francia para ser incorporados a los de Barcarés. (...)
En agosto de 1943, el general De Gaulle dio la orden de salir de Libia y dirigirse a Marruecos, territorio francés. Instalados en la región de Skira-Temara, a unos 30 kilómetros al sur de Rabat, los hombres de Leclerc comenzaron de inmediato a formar la que iba a convertirse en una de las unidades militares más famosas de la II Guerra Mundial: la Deuxième Division Blindée (2ª División Acorazada), más conocida como 2ª DB. Creada oficialmente el 24 de agosto de 1943, una de sus compañías, La Nueve, liberaría -justo un año después- la capital francesa. (...)
Compañía mítica para muchos, La Nueve fue una de las unidades blindadas del Tercer Batallón del Regimiento de Marcha del Chad, ampliamente conocido como "el Batallón Hispano". De las cuatro compañías de este cuerpo, integradas por numerosos españoles, sólo La Nueve estaba considerada totalmente como "unidad española": 146 de los 160 soldados que la integraban eran españoles o de origen hispano. La lengua hablada corrientemente era el castellano, la gran mayoría de sus oficiales eran españoles, las órdenes se daban en español e incluso el turuta tocaba con la corneta el despertar matinal "en español".
Según diversos testimonios, entre ellos el del mismo Dronne [capitán de la compañía], los anarquistas eran numerosos en la compañía e integraban totalmente la tercera sección del alférez Miguel Campos. Las otras secciones estaban compuestas también por republicanos y socialistas, sobre todo.
Aquellos hombres procedían de todas las regiones de España. La mayor parte había luchado en el ejército republicano o en las milicias populares durante la guerra, y todos tenían la experiencia del combate.
Aunque muchos oficiales franceses les temían -sobre todo los militares de tradición-, Dronne afirmaba que eran hombres "difíciles y fáciles". Difíciles porque era preciso que aceptaran por sí mismos la autoridad de su oficial de mando, y fáciles porque cuando le otorgaban su confianza era total y completa. "A pesar de su aspecto rebelde, eran muy disciplinados, de una disciplina original, libremente consentida", aseguraba Dronne.
"La mayoría de aquellos hombres querían comprender las razones de lo que se les pedía y era necesario tomarse el trabajo de explicarles el porqué de las cosas". "En su gran mayoría, no tenían el espíritu militar, eran incluso antimilitaristas, pero eran magníficos soldados". (...)
Los españoles sabían que Leclerc era un militar que, a pesar de su gran fe religiosa y su rango de aristócrata -algo que aquellos hombres no apreciaban demasiado-, no había dudado en elegir "la lucha por la libertad", como confesó Manuel Fernández a la autora. Todos sabían también que el patrón defendía al máximo la vida de sus soldados y que había llegado a rechazar por escrito ejecutar órdenes que consideraba insuficientemente estudiadas, mal concebidas y que habrían puesto en peligro sin ningún provecho la vida de sus hombres. Los españoles apreciaban verlo llegar a primera línea de combate, bajo una lluvia de fuego, guardando la calma. De la experiencia de la guerra, entre Leclerc y aquellos republicanos españoles, se desarrolló, hasta el último momento, una sorprendente simbiosis. (...)
El asturiano Manuel Fernández vivió apasionadamente la dura formación. Cada día -contaba- vivía con entusiasmo la calidad del armamento que tenían entre las manos. Los españoles destacaban en el manejo de todas las armas. La compañía se convirtió en un modelo. La experiencia de la guerra española contaba; la motivación de los hombres, también. Manuel, pensando día tras día en los futuros combates contra los alemanes, se repetía: "¡Ahora vais a ver!".
Algunas semanas después, los soldados estaban dispuestos. Cada equipaje constituía ya un verdadero equipo, con un objetivo común: el combate. De Gaulle llegó para visitar las tropas y hacer comprender discretamente que había llegado el gran momento. (...)
Para la mayoría de los soldados de la División, la distancia hasta la costa francesa se contaba sobre todo en tiempo: cuatro años... Cuatro largos años. El primer gesto de muchos al desembarcar [el 1 de agosto de 1944] fue coger un puñado de arena. Algunos lloraban. La División Leclerc era la primera tropa francesa que desembarcaba en suelo francés desde hacía cuatro años. La emoción ganó también a muchos españoles. Entre ellos, Amado Granell. Francia era para ellos en aquel momento la antesala del próximo "desembarco" en su país. (...)
Para De Gaulle era esencial que la liberación de París -simbólicamente, la liberación de Francia- fuera llevada a cabo por las tropas francesas. A finales de 1943, ante su insistencia, el general Eisenhower se lo había prometido. Para Leclerc era un objetivo militar desde hacía mucho tiempo. Los dos hombres sabían que de ello dependía mucho el futuro de la nación francesa. Leclerc fulminaba, exasperado, deseando enviar sus tropas hacia la capital.
Ante la imposibilidad de conseguir la autorización del alto mando americano, el día 21 de agosto de 1944, Leclerc decidió tomar la iniciativa de lanzar hacia París -sin autorización americana- un destacamento de infantería blindada ligera, a las órdenes de uno de sus hombres de confianza, al mismo tiempo que enviaba una misiva a De Gaulle: "Desde hace ocho días, el mando nos está marcando el paso. Toman decisiones sensatas y juiciosas, pero generalmente cuatro o cinco días más tarde de lo debido. Me aseguran que el objetivo de la 2ª División es París, pero ante la parálisis actual he tomado la decisión de enviar a Guillebon con un destacamento ligero en dirección a Versalles, con la orden de tomar contacto, de informarme y de entrar en París si el enemigo se repliega. Sale a mediodía y estará en Versalles esta tarde o mañana por la mañana. Desgraciadamente, no puedo hacer lo mismo con el resto de la División por cuestiones de aprovisionamiento de carburante y con el fin de no violar abiertamente todas las reglas de la subordinación militar". De Gaulle le contestó de inmediato: "Apruebo su intención". Al mismo tiempo que pedía de nuevo a Eisenhower que procediera con rapidez a dar la orden de ocupar París. Más tarde, Leclerc escribiría: "Estábamos decididos a vencer los obstáculos, dejando incluso de lado las razonables reglas del arte de la guerra".
La orden llegó por fin al día siguiente por la noche. El mismo día que daba por terminada la batalla de Normandía, el general Patton, jefe del Tercer Ejército norteamericano, aprobó que la División Leclerc fuera en vanguardia hacia París. Eisenhower, también. Por su parte, el general Gerow, puesto al corriente de la desobediencia de Leclerc, le había enviado una orden taxativa de volver a su destacamento recordándole que estaba bajo sus órdenes y sometido a la disciplina como cualquier general americano. Ante el caso omiso de Leclerc, Gerow aseguraría luego, furioso, que si Leclerc hubiera sido americano, lo habría enviado a un consejo de guerra de inmediato.
Al alba del día 23, la División se puso en marcha, con el Regimiento de Chad en cabeza y La Nueve en primera línea. Durante el día, las tropas avanzaron casi 210 kilómetros de una tirada, algo excepcional para una división blindada con más de 4.000 vehículos de todas clases, avanzando durante gran parte del camino bajo una lluvia diluviana. (...)
Llegaron zigzagueando con rapidez por diversas calles, desde la Puerta de Italia y después de haber atravesado el puente de Austerlitz, la columna de la 2ª División Blindada cogió la orilla del Sena, siguió el muelle de la Rape, el de Enrique IV y luego el de los Celestinos, hasta desembocar en la plaza del Ayuntamiento. Los hombres de La Nueve ocuparon con rapidez el terreno. Eran las 21.22.
La historia oficial francesa explica de esta forma la llegada de las tropas francesas a París, omitiendo generalmente la participación española e insistiendo en el hecho de que se trataba de tres tanques con nombres franceses, sin reconocer en ningún momento el papel jugado por Amado Granell y sin explicar que el destacamento del capitán Dronne se dividió en dos secciones. Una de ellas, al mando del teniente Granell, siguiendo otro itinerario, fue la primera en llegar a la alcaldía, y Amado Granell, el primer oficial del ejército francés recibido por el Consejo Nacional de la Resistencia, que ocupaba el palacio municipal desde unos días antes. Georges Bidault, presidente del Consejo, posó a su lado en la única foto que se conoce de aquel momento histórico y que sería publicada al día siguiente en la portada del periódico Libération con el título: "Ils sont arrivés".
Al llegar a la plaza, el primer vehículo de la sección mandada por Dronne, el half-track Guadalajara, atravesó la plaza y se instaló junto a una acera de la calle de Rivoli, cerca de las tiendas Les Ciseaux d'Argent y Zapatos Mansfield. Zubieta, Abenza, Luis Ortiz, Daniel Hernández, Argüeso, Luis Cortes, alias El Gitano, Ramón Patricio, alias Bigote, junto al sargento jefe, de Possese, saltaron del blindado y se instalaron en posición de defensa con las ametralladoras en la mano. "¡Son los franceses!", gritaba la gente que iba llegando, señalando a los españoles.
Amado Granell los estaba esperando en la puerta del Ayuntamiento. Cuando llegó el capitán Dronne entregó el mando de la columna a Granell y, escoltado por el armenio Pirlian, el capitán de La Nueve subió la gran escalera central del edificio, donde ya le esperaban Bidault y los jefes de la resistencia del interior, felices de encontrar por fin a un soldado francés... Los vehículos militares de La Nueve habían sido instalados en forma de erizo alrededor de la plaza. El Teruel se instaló enfrente, junto al Sena. Germán Arrúe se situó delante, metralleta en mano. (...)
El entusiasmo se prolongó durante la noche. París, que durante tres años había estado en la oscuridad, se llenó de golpe de luz, sin tener en cuenta el peligro de la aviación enemiga. La gente encendió todas sus lámparas y abrió de par en par las ventanas. A las dos de la madrugada, el capitán Dronne, instalado en un rincón de la plaza de la alcaldía, muerto de fatiga, se durmió escuchando las canciones de los numerosos españoles reunidos en círculo indio junto a la calle de Rivoli. Sus voces roncas entonaban con fuerza los himnos republicanos de la Guerra Civil. Dronne reconoció los cantos que tantas veces había oído entonar a aquellos hombres. Lo último que oyó antes de dormirse fueron las estrofas del Ay, Carmela. Más tarde, recordando aquellos instantes y rindiéndoles honores, escribiría: "Qué satisfacción y qué felicidad para aquellos españoles combatientes de la libertad. París era un extraordinario símbolo para ellos". París era en aquellos momentos, si duda, un excepcional símbolo para el mundo entero. -
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