Lenguas
Nunca dejarán de sorprenderme lo bastante las polémicas que se desatan en la vida pública por temas que en la vida normal no alteran a nadie. Yo no hablo catalán, ni gallego, ni vasco, pero las veo como lenguas también mías. Hace años tuve la suerte de vivir en Cataluña, de hecho mi hijo mayor nació allí, y una de las primeras cosas que descubrí es que mis amigos no sólo hablaban en catalán, también pensaban en catalán. Normal, razoné, es su lengua materna.
No tuve ningún problema a causa de que la mía fuera el castellano. Claro que eso ocurrió en otros tiempos pero seguro que ahora no es así. Pues bien, ese hijo que se fue con un año, decidió continuar sus estudios universitarios en Barcelona sin saber catalán. Tampoco tuvo ningún problema. Quizás fuera por su condición de estudiante. Pero no. También trabajó en la Diputación. Y tampoco.
He seguido yendo con frecuencia a Cataluña. Qué raro, nunca me han dejado de contestar, hablar, explicar, atender en un castellano perfecto en ningún centro privado ni público, ni tampoco en la calle, con una amabilidad y educación que, por cierto, siempre me fascina. Como no sabía que se trataba de un derecho lingüístico mío, creía que era algo natural, tan natural como que yo hiciera el esfuerzo de conocer el idioma en el que pensaban las personas con las que convivía. Lo que ahora me preocupa es que no sé si de lo que se está hablando es de una guerra de lenguas o de pensamiento.
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