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Columna
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Detrás

Me gusta averiguar qué hay detrás de lo evidente. Los ríos de sangre que vierten los chiitas con su autoflagelo, durante la ceremonia anual de la Ashura, ¿quién los limpia? De eso no tenemos fotos, pero no les quepa a ustedes ninguna duda: lo hacen las mujeres.

Ante macabros intercambios de prisioneros como el que estos días han protagonizado Hezbolá e Israel, trasiegos en los que, en general, abundan los restos y escasean los vivos, siempre me pregunto qué clase de negociado militar se encarga, por cualquiera de los dos bandos, de esa sin duda importantísima, latosa y desagradable tarea de recoger, en pleno fragor de la contienda, o todavía con los pelos de punta, recién estallado el zambombazo, los miembros, huesos, menudillos y otros fragmentos cuyo análisis aclarará a qué grupo humano pertenecía la víctima.

¿Existen patrullas científicas especiales, expertos a lo CNI que se la juegan en el mismo campo de batalla para meter en bolsas de plástico cada una de las partes más o menos reconocibles? ¿Llevan guantes, se acuerdan de ponérselo cuando el proyectil revienta a pocos metros? ¿Tienen la sangre fría de pegar etiquetas, de trasladar los bultos al lugar que, convenientemente refrigerado, albergará esos desmembrados cuerpos que alguna vez fueron amados por sus madres, por sus novias, y que, tras la masacre, se han convertido en casquería valiosa para un futuro intercambio? ¿Se equivocarán esos técnicos, por los nervios -si es que tienen-, en alguna ocasión, y meterán un trozo de Alí en una bolsa que debería corresponder a David, o viceversa?

¿Les parezco cruda? No. Lo crudo es matarse. Lo crudo es que cada cual decida que tiene enfrente un enemigo. A partir de ahí, cualquier disparate es posible.

En otro orden de cosas, ¿sabemos a quién le va a tocar retirar las grúas de las inmobiliarias mártires?

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