La misión secreta oculta tras el rescate del 'Titanic'
Dos objetivos. El de Robert Ballard: encontrar el 'Titanic'. El del vicealmirante Nils Thunman: investigar dos submarinos nucleares hundidos con sus tripulaciones en plena guerra fría. Ambos sellaron en 1982 un pacto. La doble misión tuvo éxito. Documentos desclasificados recientemente por la Marina de EE UU revelan los resultados de aquella misión secreta
Morir en un submarino puede ser atroz, como en el Kursk, pero a veces el mar es misericordioso: las tripulaciones de nuestros dos sumergibles nucleares de ataque USS Scorpion y USS Thresher tuvieron un final rápido". Quien habla, grave y pausadamente, al otro lado del teléfono desde su casa en Springfield (Illinois), es el vicealmirante estadounidense retirado Nils Thunman, ex jefe de Operaciones Navales para la Guerra Submarina del Pentágono. Oírle hablar a altas horas de la noche -por la diferencia horaria- de submarinos perdidos, de catástrofes y de la experiencia de vivir a bordo de esos ataúdes subacuáticos resulta sobrecogedor. Thunman, con una carrera de 35 años en sumergibles -sirvió en cuatro naves y comandó la flota de submarinos del Pacífico-, es un hombre que tiene muchas cosas que contar. Pero su "historia de mar favorita", explica en una larga conversación con EL PAÍS, arranca el día que entró en su despacho el explorador subacuático Robert Ballard y le pidió ayuda para encontrar el Titanic.
"Yo pensé que aquel joven entusiasta no tenía ninguna oportunidad, que era una idea loca", rememora Thunman, "pero le dije que la Marina y él nos podíamos ayudar mutuamente". Así empezó una de las misiones secretas más alucinantes que puedan imaginarse, digna de la más aventurera película de espías: un pacto fáustico entre Ballard y la fuerza naval estadounidense. Por este acuerdo, el explorador recibiría apoyo y financiación para su búsqueda a cambio de que, usando la misión del Titanic de tapadera, investigara como primer objetivo las tumbas bajo el Atlántico de los submarinos nucleares Scorpion y Thresher, avanzados y silenciosos depredadores perdidos en los sesenta, en plena guerra fría.
"Queríamos saber exactamente por qué se habían hundido, y estábamos preocupados por el estado de sus reactores, por si había fuga radiactiva", recuerda el vicealmirante. "También nos interesaba ver si alguien, especialmente los soviéticos, los habían visitado". La preocupación era natural. El Scorpion se fue al fondo con dos torpedos con cabeza nuclear, un sabroso botín para los rusos, el Doctor No o Spectra.
El acuerdo, que parece un extravagante cruce entre las películas Titanic y La caza del Octubre Rojo, se selló en 1982. Ballard se hizo a la mar y estudió con su avanzada tecnología -pagada en buena parte por la Marina- ambos sumergibles, descubriendo datos valiosísimos para el Pentágono. Sólo después, en 1985, cumplida su parte del trato, siguió adelante y localizó el Titanic. "Cuando me llamó para anunciármelo desde alta mar, por una línea que no se oía bien, y dijo: 'Lo encontramos', yo le respondí: '¿El qué?", rememora el vicealmirante. "El Titanic..., no podía creerlo".
El misterio final del Titanic, la historia de que su hallazgo dependió de un capítulo secreto de la guerra fría y que el rutilante transatlántico se hermanó bajo el océano con los mortales tiburones nucleares, se ha podido conocer ahora al desclasificarse la información sobre la operación. National Geographic Channel (NGC) emite hoy a las nueve de la noche un completo reportaje sobre el asunto.
"La Marina estaba muy interesada en la tecnología que habíamos desarrollado", explicó recientemente Ballard a la CNN. "Querían saber por qué se habían perdido sus dos submarinos. Sus datos al respecto eran limitados. No fue realmente una búsqueda, porque conocían el lugar en que se hallaban. Hicimos lo que nos pidieron, compartimos nuestra tecnología, llevamos nuestras cámaras a los sumergibles, realizamos un reconocimiento minucioso y luego nos quedó tiempo para encontrar el Titanic". Ballard era consciente de que pactar con los militares tenía sus riesgos: "El primer temor es que no te financien; el segundo es '¡Dios mío, me han financiado!". En todo caso, no era ajeno al milieu militar: sirvió años en la Marina y se siente muy orgulloso de ello.
El Thresher -nombre inglés del tiburón zorro, de larga aleta caudal- y el Scorpion son los dos únicos submarinos nucleares perdidos por EE UU y fueron diseñados para dar caza a sus homólogos soviéticos. El primero, un pescado metálico de 85 metros botado en 1960, se hundió el 10 de abril de 1963 frente a las costas de Nueva Inglaterra, al este de Cape Cod, with all hands -con toda la tripulación-: 16 oficiales y 96 hombres. El Scorpion, de 76,8 metros, botado en 1959, con 8 oficiales y 75 hombres, se fue al fondo (para no volver) el 22 de mayo de 1968 a 740 kilómetros al suroeste de las islas Azores.
El Thresher (numeración SSN-593) se hundió mientras estaba de maniobras con el barco de rescate submarino USS Skylark, que no pudo salvar a nadie, pero al menos dio testimonio de la catástrofe. Según las evidencias, mientras descendía en busca de su profundidad límite, el sumergible sufrió un reventón en una tubería de agua salada que provocó una inundación y un cortocircuito en el sistema eléctrico, lo que causó un apagado automático -scram- del reactor nuclear. Sin propulsión, incapaz de conseguir potencia suficiente para ascender, con las tinieblas apoderándose de todo -inimaginable horror de la oscuridad y la profundidad-, el Thresher cayó hacia el fondo. En algún momento entre los 400 y los 600 metros, profundidad por debajo de la que no podía resistir estructuralmente, fue aplastado por la presión. Desde el Skylark se pudo escuchar el espantoso sonido de los compartimentos del submarino al ceder estrujados como una lata de refresco.
"Durante un tiempo, supieron que iban a morir", dice por teléfono Thunman. "Pero la muerte en sí probablemente no tardó más de uno o dos segundos". El viejo submarinista guardó silencio ese tiempo al otro lado de la línea. Y se hizo muy largo.
En julio de 1984, Ballard hizo bajar su robot Argos al pecio, a dos kilómetros y medio de profundidad bajo el mar. Lo que encontró fue, como dice en el programa de NGC, "una carnicería, como si alguien hubiera cogido un juguete y lo hubiera metido en una trituradora". Los restos estaban esparcidos en una línea de dos kilómetros, según habían ido cayendo desde la implosión. Ballard halló el reactor y comprobó que no había fuga radiactiva.
La siguiente exploración, en el Scorpion (SSN-589), a 3.350 metros de profundidad, tuvo más morbo, porque ese submarino desapareció sin testigos, llevaba armamento nuclear y había estado involucrado en operaciones muy agresivas. Se ha especulado con que lo hubieran atacado con un torpedo los soviéticos, en represalia por el hundimiento de su sumergible K-129, que se fue a pique tras una supuesta colisión con el USS Swordfish. La Armada de EE UU localizó el submarino ruso y la CIA envió clandestinamente en 1974 al K-129 un barco de exploración, el Glomar Explorer, para tratar de recuperarlo; investigó los restos e incluso extrajo una sección del casco con seis marinos rusos, que fueron reenterrados ceremonialmente en el mar.
Ballard llegó al Scorpion en julio de 1985 y encontró una escena similar a la del Thresher: el sumergible horrorosamente aplastado y restos dispersos en una larga línea tipo cola de cometa. En este caso, el Scorpion estaba además partido en dos trozos. Sin embargo, no encontró evidencia de un ataque de torpedo. De nuevo, parece que el Scorpion sufrió una implosión al caer por debajo de su límite de profundidad; es decir, que reventó al no ser capaz de aguantar la tremenda presión del agua. Nadie sabe por qué llegó a esa situación. Thunman cree que quizá tuvo que ver con las tensiones de la guerra fría y el gran nivel de estrés que sufrían la tripulación y su navío, pero no con una causa externa.
Era un juego arriesgado, allá abajo, el de los sumergibles de la OTAN y la URSS. "¡Y tanto! Mandé un submarino entonces, un gemelo del Scorpion, el USS Snook. Era la guerra fría bajo los océanos. Un tiempo peligroso". ¿Practicaban los rusos el Loco Iván, como en el cine y las novelas de Tom Clancy? "Sí, claro", ríe el veterano submarinista. "Era muy comprometido porque, de repente, con esa maniobra, te los encontrabas encima y había mucho riesgo de colisión. Soy amigo de Clancy y hemos hablado de ello".
Ballard localizó el reactor del Scorpion, que, afirma, tampoco entraña peligro, y asegura que los torpedos nucleares están a buen recaudo aún en el interior del navío. ¿Y los tripulantes? En el pecio del K-129 se fotografió el esqueleto de un marinero soviético con chaleco salvavidas y chubasquero. Thunman tarda en contestar. "Los submarinistas somos como una hermandad, una band of brothers subacuática; no nos gusta hablar de eso, los familiares aún viven y les resultaría doloroso".
El antiguo oficial se sorprende cuando quien firma estas líneas le menciona con voz angustiada el espanto de la claustrofobia. "No, no la sufrimos, hay todo un entrenamiento para vencerla. Yo nunca he visto a nadie claustrofóbico en un submarino". El viejo marino parece ronronear al otro lado de la línea. En esta madrugada de buques naufragados y tripulaciones ahogadas, no me diga que siente nostalgia, vicealmirante. "¡Por supuesto! Ésa fue una gran época, los mejores días de mi vida". Thunman se despide recordando que una vez tuvo su base en Rota y con una desconcertante muestra de su conocimiento del español: "Nunca he visto nada tan bonito como tú, señorrita".
Lo más sorprendente de la historia del Titanic, el Thresher y el Scorpion es que Ballard no habría hallado nunca el transatlántico, según él mismo asegura, de no ser por las operaciones previas en los submarinos nucleares. Tras cumplir su parte del pacto, le quedaban apenas dos semanas para dedicarlas a su obsesión. Era una misión casi imposible, dada el área a explorar. Pero Ballard tuvo una revelación: ¿y si el Titanic se desmigajó en parte al bajar como los dos submarinos y sus restos se diseminaron por la corriente en una larga línea como los de éstos? Empezó a buscar no el barco, sino su rastro, lo que le permitió abarcar zonas mucho más grandes que el simple casco, batiendo líneas separadas entre sí 1,5 kilómetros. Y lo encontró.
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