La UE de Sarkozy
Una decena de cumbres internacionales, comenzando por la que creará la Unión para el Mediterráneo, el domingo próximo, van a sucederse durante la iniciada presidencia francesa de la UE, que nadie duda Nicolas Sarkozy convertirá en un período de gran agitación. No es probable que los pésimos augurios con que se inicia, tras el no de los irlandeses al Tratado de Lisboa y la oposición a su ratificación anunciada por los presidentes de Polonia y la República Checa, coarten el gusto por el frenesí del presidente de la República Francesa.
Pero Sarkozy va a tener serias dificultades para conseguir apoyo de sus socios para algunos de sus proyectos más populistas. La proclamada idea de Europa del inquilino del Eliseo tiene que ver más con las percepciones de los ciudadanos ordinarios -sólo el 52% de los cuales consideran que la pertenencia a la UE es buena para sus países, según el último Eurobarómetro- que con las grandes construcciones políticas que, pese a todo, Sarkozy dice compartir. En consonancia, su discurso ante el Parlamento Europeo la semana entrante, para exponer sus planes, tendrá que ver fundamentalmente con los precios de la energía, la contaminación medioambiental, la mano dura en inmigración o la agricultura, a cuya liberalización se opone.
Con su aceptación interna por los suelos, Sarkozy, más que impulsar Europa, necesita vendérsela a sus votantes. Si las reticencias de los países del norte ya han rebajado las aspiraciones iniciales de París respecto de la Unión para el Mediterránea, que Sarkozy considera su gran proyecto exterior, tampoco parece probable que la UE esté dispuesta a rebajar el IVA de los combustibles o los impuestos de los restaurantes, o hacer de la Comisión Europea escudo contra la globalización. El problema para el líder francés es que algunos de sus socios le ven no como al europeísta que dice ser, sino como al político que pretende utilizar la UE como telón de fondo de sus intereses nacionales.
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