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Columna
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Espe, lady Espe

Jesús Ruiz Mantilla

Reconozco que la imagen me ha traumatizado. Ella, rodeada de tambores y platillos, con su chaquetita clara, la faldita recogida y las baquetas en la mano. Esperanza Aguirre tocando la batería en plena visita a esas salas subterráneas del metro. No entiendo tampoco que la dejaran entrar. Una política en activo profana aquellos lugares que deben ser alternativos y engulle cualquier atisbo de subversión que quede dentro. Pierden la gracia, se quedan sin fuerza, como cuando Dalila le cortó el pelo a Sansón.

Pero esta mujer está dispuesta a todo. Puestos a observar, con la guitarra no hubiese dado una, pese a que dijera que es lo suyo. A ella le va el palo. Sabe pegar fuerte. En este baño de multitudes continuo que se da, raro ha sido que no nos la encontráramos por Chueca el fin de semana vestida de drag queen para celebrar el orgullo. ¿El orgullo de qué?, cabe preguntarse, por otra parte. Porque últimamente no da una. No le sale nada. Bien le vendría acudir a las naves del Matadero para aprender un poco. A repasar, más bien porque el talento nadie se lo niega. Lo que temo es que esté perdiendo esas facultades de retorcimiento que tanto adepto le ha granjeado. Pero tiene tiempo de recuperar lo mejor de su estilo echándole un vistazo a Macbeth lady Macbeth, el espectáculo concebido de manera brillante por Carles Alfaro para un espacio escénico tan maravilloso como el de Legazpi.

Cuando llegan al trono desmantelan cada pedazo de aquello que el voto les entrega para gestionar

El buen teatro es espejo de la vida y por allí anda estos días Adriana Ozores, prodigio grande de la escena, haciendo rular a ese icono de la maldad y las maquinaciones junto a Francesc Orella. Como no soy un espectador inocente, no hace falta agudizar mucho los sentidos para darse cuenta de que el personaje de Ozores le cuadra a la presidenta. Es su vivo retrato. La actriz proporciona a esta mujer manipuladora, ambiciosa y sin ningún escrúpulo -a Lady Macbeth me refiero, no se me escandalicen- tal cinismo y tal naturalidad que sales temblando. El mal resulta una cosa tan cotidiana y tan escalofriante vestido con una sonrisa...

En este tratado de codicia, maldición y remordimiento parido por Shakespeare y adaptado ahora por Alfaro para que quedemos avisados, se mueven estos dos seres abyectos, apuñalando a sus víctimas después de agasajarlas, para que no quede nada que les haga sombra en su ascensión a la cumbre. La ambición por la ambición. Al madrileño de hoy, aquella niebla escocesa habitada por los espectros retorcidos de todos los tiempos le suena tanto después de haber presenciado los navajazos en torno al último congreso del PP, que es imposible resistirse a hacer comparaciones. Más cuando el espectáculo se ve en la programación de un teatro que depende del señor alcalde. No quiero pensar mal. No, hombre.

Aunque no sobra preguntarse para qué algunos exhiben esas ansias indisimuladas de acumular poder. Pues nada más que por vicio, por pulsión, como nos demuestra el matrimonio MacBeth. Sobre todo si como en el caso de la Comunidad de Madrid, bajo la coartada del liberalismo mal concebido, cuando llegan al trono desmantelan cada pedazo de aquello que el ciudadano con su voto les entrega para gestionar. ¿Para qué querrán regir nuestros destinos? Si esquilman la sanidad pública, acumulan enfermos en los pasillos y persiguen facultativos por sectarismo ideológico; si convierten las escuelas que no pueden entrar a dogmatizar con un rosario en la mano en contenedores de niños. Si inauguran teatros para cerrarlos -¿no se acuerdan de El Escorial, que abre sólo por temporada de veraneantes?- o promulgan normativas urbanísticas para pasárselas por el forro. ¿Por qué empeñarse en escalar tan alto? Si luego desprecian los recursos para una ley tan necesaria como la de asistencia y no la aplican porque prefieren la caridad a la dignidad. ¿Cuáles son las prioridades de los políticos con esa mentalidad de polilla? Me temo que eso, el vicio, la avaricia estéril del poder por el poder.

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Muchas gestiones parecen más el producto de agentes encargados de liquidar los fondos de una empresa ruinosa que producto de la visión creativa de la cosa pública. Una vez metidos entre focos, da tanta pereza pensar, proyectar para el futuro, que es mejor pararse, congelarse en una imagen, acomodarse en la dulce expresión de una sonrisa con brillo. Más vale para esa subespecie de gestores la esclerosis bajo control que dar pasos hacia delante. Por eso tampoco veo tanto mérito en que se congelen los sueldos. Para lo que aportan de más, ustedes, me refiero a aquellos que tienen mentalidad de empresario, ¿le subirían el sueldo a un empleado con ese espíritu? Ni a tiros, vamos. Ahí se pudra.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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