Poderoso Valverde
El murciano logra el primer 'maillot' amarillo con un 'sprint' impresionante en la cuesta de Cadoudal
El Tour, se puede decir engolando la voz, es un drama en 21 actos con una liturgia propia. Tan propia que los elementos de su dramaturgia, lo que hace funcionar la obra, lo que agarra al público impidiéndole respirar normalmente, la sucesión de clímax, de tiempos muertos, de anticlímax y de conflictos no está prescrita, sino que se inventa día a día, kilómetro a kilómetro, según la disposición moral, física o mental de los actores, sus deseos, que no siguen ningún texto sino su instinto o, como mucho, la voz de sus directores vía pinganillo en la oreja.
"¿Presión? El triunfo me da tranquilidad; cumplo dos objetivos, etapa y 'maillot"
Otros, claro, más prosaicos, negarán la poesía a la grande boucle y hablarán de aburrida sucesión de momentos repetidos año tras año durante tres semanas. A éstos les dio razón, por ejemplo, la fuga inicial, la presencia del campurriano David de la Fuente, un habitual en esta especialidad de buscar su hueco en el friso fotográfico de la jornada intercalándose en la escapada de la que saldrá el primer maillot de lunares del Tour. O, de manera más sangrienta, la caída de Mauricio Soler, el campesino colombiano que vivió en el Tour 2007 su mes de gracia -rey de la montaña, etapa en Briançon- y que vive en 2008 su año de desgracia, otra de las costumbres del Tour, que a pocos permite repetir alegrías: caída en el Giro antes de la montaña con fractura de muñeca, fractura de la misma muñeca ayer en el Tour, la izquierda, y hematoma en la cadera.
Para los primeros, para los que creen que liturgia rima con dramaturgia, y no con rutina, y que lo grande es siempre lo inesperado, está Alejandro Valverde.
Una curva de ballesta, una bala como un ciclista, una bici brillante, cantarina de rojo y amarillo, los colores del éxito. A 300 metros de la meta, cuando la cuesta final se suaviza lo justo para que el dolor de piernas del pelotón se haga insoportable. Era Valverde, cambiando el sentido al día, o quizás al Tour. Sin cálculos, más guiado por el capricho, como el que cambia de coche sin más porque puede permitírselo y porque le apetece, por la glotonería, que por la necesidad. Al final de la cuesta le esperaba el maillot amarillo, el objeto, es cierto, que le hace pasar julio en Francia. Pero solamente dos kilómetros antes de soltar el latigazo que apartó como mosquitos a hombres hechos y derechos -a Evans, el Rival, que, sin embargo, guiado por su ambición actuó como liebre del murciano; a Kirchen, que había atacado antes, el luxemburgués que se doctoró en abril en el Muro de Huy; a Schumacher, el alemán que es una máquina, o un animal, como se prefiera, al veloz Cunego, al insatisfecho Riccò, al presumido Pozzato, al veloz Freire...-, a Valverde, que vivió su minuto de miedo bajando a 70 kilómetros por hora en un pelotón desbocado y nervioso donde se multiplicaban las caídas, y camino de un puente estrecho y en curva que daba paso a la cuesta de Cadoudal, lo que le pidió el cuerpo era irse a cola de pelotón para verlas venir. "No quiero riesgos", les dijo a sus compañeros, a los mismos que habían trabajado todo el día para evitar que la fuga se despendolara y poder llegar con posibilidades de victoria a Plumelec. "No quiero perderlo todo por ganar algo". Iván Gutiérrez, su compañero cántabro, le dijo que ni hablar, que necesitaba el maillot amarillo, que lo necesitaba él y el equipo, que necesitaban todos una alegría y que él necesitaba experimentar el placer de sentirse líder del Tour. Y Arnaud Coyot, su compañero francés, les echó una mano a los dos: pasado el puente, le subieron por la derecha, un empujón en el trasero y le dejaron ya colocado. Y allí, Evans y su estilo, lo que él llama su "explosividad", hicieron el resto.
El Tour de 2007 terminó con Contador, un madrileño, de amarillo en un podio; el Tour de 2008 comienza con Valverde, un murciano, de amarillo en el mismo podio. Más allá del simbolismo, tan agradecido en estos tiempos de dinámica de éxito que hace sentirse a los españoles los mejores del mundo en todo, la victoria abre otros interrogantes: ¿hasta cuándo? ¿Hasta París? ¿No es demasiado pronto? Pobre equipo... "Ha sido impresionante", dijo Valverde. "Y para nada me aumenta la presión, en todo caso me da más tranquilidad: dos objetivos cumplidos, etapa y maillot". "Mañana lo soltamos", dijo Pereiro, su compañero gallego. "Ahora, lo disfrutamos". Hoy, atravesando el muro de Bretaña, la dramaturgia seguirá improvisándose, guiada por capricho, quizás.
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