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Columna
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La grasa del gay

Vicente Molina Foix

Subía yo hace pocos días por las escaleras automáticas del metro de Avenida de América, que son largas y estrechas como los menús ahora más discutidos, y oí delante de mí la siguiente conversación entre un chico y una chica. "Los gays están calentando motores para sus fiestas", dijo la chica. "Ya lo sé. Vas por Chueca y te matas del resbalón: todas las calles llenas de aceite", le contestó, sin acusada malicia, el chico. Una risa, un beso de pico cerrado, un salto de la parejita en el último escalón.

Hay frases muy interesantes, más allá de la gracia que puedan tener o de su mala follá. La primera vez que oí que alguien iba "a vela y a vapor" no lo entendí del todo, quizá porque mi educación náutica nunca ha sido de alta mar sino playera. Más sencilla y también más poética es la alusión denigrante a los hombres que lo hacen "a pelo y a pluma", con su leve eco gongorino. ¿Y qué decir de aquel chiste histórico desarrollado en el interior de un descapotable, con su "¡Lalo, lalona!" final, en un desenlace cuyos términos he olvidado de puro viejos? Lo de perder aceite, siendo, a qué negarlo, de una plasticidad efectiva, tiene toda la crudeza del alma ingeniosa española. ¿Conocerán los que la dicen la gama de productos lubricantes que ahora inundan el mercado de las prácticas sexuales, no sólo homosexuales? Alguno de esos rancios aún debe estar chapoteando en la mantequilla con la que Marlon Brando quería engrasar a Maria Schneider en el famoso polvo de El último tango en París.

El humor siempre tiene una carga resbaladiza y deslizante, y está bien que así sea

Resbalosas de aceite no lo sé, pero repletas y vistosas sí han estado las calles madrileñas (no sólo de Chueca) en estos últimos días, y más que lo estarán mañana, si las predicciones se cumplen y la manifestación del Orgullo Gay se mantiene en el nivel masivo que tuvo el año pasado. Se ha cambiado en esta ocasión la fecha habitual del 28 de junio, trasladándose al 5 de julio, con el objetivo, no del todo claro, de permitir que las otras comunidades lgtb (lésbico-gay-transexual-bisexual) del Estado organicen sus propias fiestas y desfiles en la semana precedente, convergiendo después todos este fin de semana en la capital. Veremos.

En el 2008, las celebraciones reivindicativas tienen como motivo central a las lesbianas, y me ahorro aquí de pasar revista a las alusiones y chistes de tortilleras y otros derivados de la bollería con los que la cultura oral hetero envuelve a las mujeres que aman a las mujeres. También, curiosamente, se trata de apelativos en los que hay un componente de grasa.

Ahora se habla mucho de igualdad entre los sexos, alcanzando las buenas (o malas) intenciones al lenguaje, a propósito de ese despropósito del término miembras que, sorprendentemente, y aun habiendo la propia ministra pedido disculpas por su uso, ha llamado la atención y concitado el apoyo logístico de escritores masculinos que aprecio. La ridiculez de una nomenclatura basada no tanto en el género de los artículos definidos como en una supuesta guerra sexual de vocales entre la a femenina y la o masculina parece, más que una simpleza irrelevante, una broma que ha salido por la culata. Si ese tiro léxico hubiera que mantenerlo, como algún columnista ha llegado a sugerir, el siguiente blanco bien podría ser, por ejemplo, el empleo de "el hombrío" o "la lesbianisma".

La causa de la igualdad entre hombres y mujeres y entre mujeres hetero y homosexuales es demasiado seria como para gastar pólvora (otro producto con una parte mineral grasienta) en desinencias. Cuando, hace menos de dos meses, se celebró el Día Mundial contra la Homobofia (¿homofobio si va sólo dirigida a los gays?), leí en un diario francés unas declaraciones de Daniel Borillo, jurista francés y catedrático en la Universidad de Nanterre, poniendo en evidencia lo que, por desgracia, aún no resulta evidente para todos. Borillo recordaba que sólo desde que, en 1981, la Corte Europea de Estrasburgo dictó sentencia, dejó de ser un delito castigado por ley la práctica voluntaria de la homosexualidad entre adultos, añadiendo Borillo después, en torno al asunto que aquí nos ocupa, que "son la libertad y la igualdad, no el masculino y el femenino, los que constituyen valores democráticos". El humor siempre tiene una carga resbaladiza y deslizante, y está bien que así sea; quizá algún día pierda sus efectos colaterales más denigrantes.

Mientras tanto, y pensando ya en el año 2009, sería de desear que los organismos gays saquen al primer plano y lleven a los parlamentos, a los Gobiernos favorables (como el de Zapatero), a los desfiles y a las tribunas de los columnistas, otra zona maldita más letal que el habla: aquélla, en su mayoría situada dentro del área de población musulmana, donde el marica no es un chiste sino un reo de cárcel o de horca.

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