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Reportaje:

Un neoyorquino llamado Dalí

El MOMA repasa la relación entre cine y pintura en la obra del artista

Nueva York es una ciudad sin complejos que acoge con particular fervor a los caracteres histriónicos, excéntricos y visionarios. Y Salvador Dalí, además de un polifacético artista de múltiples talentos, se corresponde perfectamente con el tipo de personaje que esta urbe heterodoxa está acostumbrada a celebrar. Por eso, cuando desembarcó por primera vez en la ciudad de los rascacielos, en 1934, el pintor de Figueres se encontró como en casa. Tanto es así que a lo largo de su vida residió en Nueva York durante largas temporadas. "Dalí era un auténtico neoyorquino. Entendió perfectamente el espíritu de esta ciudad. La calle como teatro, como centro de la vida". Son palabras de la comisaria Jodi Hauptman, una de las responsables de la exposición Dalí: painting and film, que hoy abre sus puertas en el Museum of Modern Art (MOMA) de Nueva York. En ella se explora la relación entre el cine y la pintura en la extensa producción del artista de Figueres a través de 130 obras que incluyen películas, dibujos, cuadros y cartas.

Maestro, entre otras cosas, en el difícil arte de la provocación autopromocional y con un estilo innovador que fue fagocitado y reinventado con éxito por otros neoyorquinos como Andy Warhol en los sesenta o Jeff Koons en el nuevo siglo, antes de pisar Nueva York Dalí se construyó una imagen de la ciudad inspirada en el cine, como aún hoy les sigue ocurriendo a millones de turistas. Amante de ese nuevo medio que él consideraba clave para el futuro del arte y en el que encontró la perfecta combinación entre realidad e imaginación, Dalí vio las películas El inmigrante, de Chaplin, y Los misterios de Nueva York, y soñó con una ciudad dura y violenta. Sin embargo, a los tres días de estar allí, se la describía a su amigo el poeta J. V. Foix como una ciudad "llena de tumbas monumentales, cipreses, perros y humedades fosilizadas". Nueva York entraba así en sus huesos para no volver a abandonarle y allí pudo desarrollar al máximo su lado más excéntrico, celebrado y alimentado con mimo por la clase alta e intelectual neoyorquina.

La exposición cierra un periplo que arrancó el pasado año en el Salvador Dalí Museum de St. Petersburg (Florida), para saltar a la Modern Tate Gallery de Londres y después a Los Ángeles County Museum of Art. "Dalí tenía que regresar a Nueva York porque fue aquí donde desarrolló todo el potencial de acercarse a la cultura de masas y esa doble vertiente entre showman y artista innovador que busca siempre nuevos lenguajes y nuevas fórmulas de acercarse al público. Entró en esta ciudad por la puerta grande, después de que el MOMA adquiriera en 1931 una de sus obras más significativas, La persistencia de la memoria. Y fue el primer español al que la revista Time le dedicó una portada", explicó durante la inauguración Montse Aguer Teixidor, directora del Centro de Estudios Dalinianos de la Fundación Gala-Salvador Dalí.

La exposición se abre con el encuentro entre Dalí y Luis Buñuel, que produciría dos de los clásicos más importantes del cine surrealista, Un perro andaluz y La edad de oro. Su participación en ambos filmes marcaría de forma definitiva al pintor, abriéndole los ojos hacia un medio que le acompañaría a lo largo de toda su carrera. Colaboró con Hitchcock, los Marx y Walt Disney, pero fue en el cine experimental donde su obra y su presencia tuvieron más repercusión.

La exposición también incluye ciclos paralelos de cine relacionado o inspirado en Dalí y lecturas de sus escritos por boca de otros neoyorquinos como Laurie Anderson y la poetisa Jorie Graham.

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