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Columna
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Decidir dónde

"La semana trae otra vez su rosa roja que es la mañana del domingo", escribe Javier Pérez Andujar en una deliciosa novela titulada Los príncipes valientes. Y ésta con la que empiezo es como una pequeña rosa roja entre las noticias que suceden como se suceden las semanas, aunque en Euskadi a menudo parezca que no hay sucesión, que estamos quietos, rayados, como antes se rayaban los discos, en la misma semana y en la misma noticia. Esa pequeña rosa roja de la actualidad dice que han abierto en el barrio donostiarra de Berio una zona, estupendamente acondicionada, de aparcamiento para autocaravanas de recreo. Tal vez la noticia me ha parecido reseñable, primero, porque viajar en esas condiciones, combinando la aventura del desplazamiento con el básico confort del hogar, siempre me ha resultado tentadora. Me seduce la soltura de movimientos que permite y el margen que deja en el viaje para la espontaneidad: puedes, casi al milímetro, quedarte en el lugar que acabas de descubrir. Pero hay más.

El debate político vasco, tan rayado en la misma noticia, no se preocupa de este tipo de preguntas

Porque estaba a punto de alegrarme rotundamente con esa noticia pero no he podido dejar de pensar que el retrato de una rosa sin espinas es no sólo irreal sino una inaceptable forma de manipulación genética del asunto. Ni de acordarme de estas palabras que Keats escribió en 1817: "Sólo el egoísta puede gozar de salud y buen ánimo en estado puro. El hombre que realmente estime a sus compañeros no puede estar nunca contento". Y es que todas las autocaravanas no son de recreo. Y ésas que desde este verano van a poder aparcar en Berio en las mejores condiciones van a convivir sin saberlo, o al menos sin verlo, con otras caravanas y mobil-homes donde otras personas viven en Euskadi de manera permanente porque no tienen otro sitio mejor donde alojarse. Y es fácil representarse la distancia, el abismo, que distingue el viajar del vivir en una autocaravana. En el primer caso el espacio es sinónimo de libertad y ganancia; en el segundo, metáfora de limitaciones y pérdidas.

Porque, ¿a qué hay que reducir la vida para que quepa en una caravana? ¿Cómo se conjuga entre esos límites el derecho a decidir? A decidir dónde coloco las pertenencias de mi biografía y mi memoria y mi vida laboral; donde sitúo el recinto privado de mi intimidad, y la frontera entre el trabajo y el ocio domésticos; dónde preservo mi vida social, las charlas o las comidas en casa con amigos; por dónde distribuyo mis planes de futuro. El debate político vasco, tan rayado en la misma noticia, no centra sus preocupaciones en este tipo de preguntas ni contribuye por ello a darles respuesta. Sólo en la expresión creativa y artística encontramos formas de preocupación y tentativas de remedio. Por eso conviene subrayarlas.

Se acaban de presentar las construcciones reversibles del arquitecto Santiago Cirugeda en el ciclo Disonancias de Tabakalera. Y ojalá este espacio emblemático se vuelva emblema de representaciones, debates y aportaciones contra los trágicos problemas espaciales de nuestro tiempo. Desde aquí me permito sugerirles la proyección, sobre sus paredes, de la maravillosa película de Buster Keaton One week, donde una pareja de recién casados recibe de regalo una casa para montar. Y la representación, bajo su techo, de la obra-denuncia del grupo Trapu Zaharra El pisito, que trata de vivir en una caravana. Mal vivir.

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