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Columna
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Turismo y patrimonio

Contra lo que se pudiera pensar, el turismo no es un fenómeno moderno. Este diálogo, que Erasmo inserta en La peregrinación por la fe, ilustra cómo ya en el Renacimiento estaba generalizada la movilidad de las personas, ya fuera por razón de fe, de ocio, o simplemente de negocio.

(Ogygius) -He ido a Santiago de Compostela, y luego, a la vuelta, a la célebre Nuestra Señora del Mar, en Inglaterra, o mejor, la visité de nuevo, porque fui allí hace tres años. (...)

(Menedemus) -Dime, pues, ¿cómo está el generoso patrón Santiago?

(Ogygius) -Tiene mucho más frío que antes.

(Meedemus) -¿Cómo es eso? ¿Se está haciendo viejo?

(Oygius) -Farsante, sabes muy bien que los santos no envejecen. Pero a consecuencia de la nueva convicción que actualmente se impone en todas partes, recibe muchas menos visitas, y cuando vienen peregrinos, se limitan a saludarlo sin ofrecerle nada o casi nada y dicen que su dinero aprovechará más a los pobres.

La restauración del Pórtico de la Gloria tiene que cumplir un papel didáctico para suprimir los abusos

En la segunda mitad del siglo pasado, la televisión y el turismo fueron los principales vehículos de penetración de las tendencias globalizadoras de la cultura en el seno de la sociedad. La generalización de las vacaciones laborales y, consecuentemente, de los viajes contribuyó al desarrollo de un potente sector económico de alcance internacional.

Según la Organización Mundial del Turismo, esta industria crece por encima del 6% anual. En 2007 se movieron casi 900 millones de turistas, y en 2020 los desplazamientos se estiman en 1.600 millones. El turismo representa un 35% de las exportaciones mundiales de servicios, y la proporción crece cuanto menor es el desarrollo económico del país de destino. Alemania y Estados Unidos encabezan el ranking de países exportadores; España, uno de los grandes receptores, no figura entre los que más gastan en turismo internacional, pero hay una incidencia muy alta del turismo interior.

Como simple recurso retórico, cabría distinguir, por una parte, el turista propiamente dicho -término hoy algo devaluado-, un ciudadano global que decide un cambio temporal de geografía y de actividad, por lo regular de vacaciones, en lugar fijo, con desplazamientos de radio corto y duración breve, comprendiendo la visita a los sitios históricos y a las fiestas o ferias del contorno. El peregrino, figura bien conocida entre nosotros, es un identitario obsesivo que con esfuerzo físico y anímico marcha durante un período más o menos largo para llegar a una meta donde, normalmente, debe practicar unos ritos religiosos o estéticos establecidos.

A caballo entre lo global y lo identitario, el viajero es una categoría un tanto en desuso, que antes distinguía a la gente pudiente que prestigiaba esta actividad como práctica social, y que hoy puede ser aplicada a un amplio arco que va desde jóvenes mochileros hasta el periplo cultural con itinerario establecido. El viajero, ya sea individual o en grupo familiar o de amigos, persigue la experiencia cultural en sentido amplio.

En la última década la saturación del modelo de sol y playa llevó a plantearse la diversificación de la oferta, lanzando propuestas innovadoras de matiz cultural o ambiental. Hay lugares donde el turismo llega a convertirse en un problema para el normal desarrollo de la vida cotidiana, mientras que otros inventan las propuestas más extravagantes con tal de llamar la atención y aumentar los índices de ocupación. En los centros históricos, se establece a diario entre los habitantes y los visitantes una contienda silenciosa para elaborar la convivencia. Con frecuencia los medios se hacen eco de la inquietud de que tal o cual ciudad acabe por convertirse en un "parque temático". Por ello, cuanto mayor sea la carga turística más interés hay que poner para favorecer la residencia de habitantes y el mantenimiento de una actividad diversificada, con una oferta de negocios de calidad, no de quincalla y consumo banal.

Conviene insistir en que el patrimonio es un bien fungible y no soporta frivolidades. El anuncio de la inminente restauración del Pórtico de la Gloria, amén de su trascendental importancia para la conservación de la pieza clave de nuestro románico, tiene que cumplir un papel didáctico de cara a ciudadanos y foráneos para suprimir los abusos y los rituales estupefacientes que se han llegado a urdir en torno a él.

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