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Columna
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¿Cuál es el enemigo que batir?

Antón Costas

La crisis económica parece comenzar a incomodar al presidente del Gobierno español, hasta el punto de que este fin de semana ha llamado públicamente la atención al presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean Claude Trichet, algo que les aseguro no es normal en las relaciones entre los gobiernos nacionales y la autoridad monetaria europea.

Este enfado de Rodríguez Zapatero puede ser indicativo de que la gestión de la crisis va a ser más complicada de lo esperado. La razón es que ésta es la primera crisis dentro del euro, y, a diferencia de las anteriores en las que teníamos la peseta, ahora la competencia sobre la política monetaria y los tipos de interés no la tiene el Banco de España, sino el BCE, una autoridad independiente del Gobierno español. Y esto puede resultar bastante incómodo para el Gobierno, porque el BCE tiene que tomar en consideración el interés general de la economía europea y no sólo la situación particular de la economía española.

La crisis económica parece comenzar a incomodar al presidente del Gobierno español

El motivo del enfado fue un comentario realizado el jueves pasado por Trichet sugiriendo que el BCE podría subir sus tipos de interés de referencia. Como en un reflejo automático, el Euribor a un año pegó un brinco hasta el 5,4%, nivel nunca alcanzado en los 10 años de vida del euro. Como saben, el Euribor es el tipo de interés al que los bancos se prestan dinero entre ellos, también empleado para fijar los tipos de interés hipotecarios. Si tenemos en cuenta que nuestras familias están fuertemente hipotecadas, y además a tipo de interés variable, y que cada año se actualiza su coste según el nivel del Euribor, se entiende la incomodidad de Rodríguez Zapatero con el anuncio de Trichet.

Pero, ¿tiene razón? La respuesta depende de la opinión que cada cual tenga sobre dos cuestiones. En primer lugar, de la identificación que cada uno de ustedes haga acerca del objetivo prioritario que batir para solucionar esta crisis: frenar la desaceleración del crecimiento o conjurar el riesgo de una inflación descontrolada. En segundo lugar, de si se cree que hay riesgo de que las expectativas de inflación en los países del euro puedan desbocarse en los próximos meses provocando una situación de estanflación (estancamiento económico acompañado de inflación) similar a la de los años setenta, que es algo así como tener poco para comer y además padecer problemas de digestión.

En cualquier caso, Zapatero y Trichet tienen unas responsabilidades diferenciadas sobre estos dos objetivos. De acuerdo con la ley de creación del BCE, Trichet es el responsable de tener bajo control a la inflación en los países del euro. Su única responsabilidad es la estabilidad macroeconómica. No sucede así en el caso de su equivalente de EE UU, el presidente de la Reserva Federal, que debe equilibrar la estabilidad con el crecimiento. Pero los europeos hemos decidido que el BCE se responsabilice exclusivamente de la inflación, quizá recordando los desastres que produjo en la historia de Europa en el siglo XX.

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Por su parte, los gobiernos nacionales son los responsables del crecimiento económico y del empleo, respetando la política de estabilidad del BCE y utilizando básicamente políticas relacionadas con la mejora de la productividad y, en la medida de lo posible, con la política fiscal. El estancamiento económico y la inflación son como la Escila y Caribdis de toda política económica. Como en la epopeya de Ulises en su viaje a Ítaca, en el que tuvo que navegar por el turbulento estrecho de Messina conociendo que cuanto más se alejaba de la orilla de Escila más se arriesgaba a quedar varado en Caribdis; nuestras autoridades económicas cuanto más quieran evitar la desaceleración más se arriesgan a encallar en la inflación. Y a la inversa. Y han de elegir inevitablemente entre esos dos peligros.

La cuestión es en qué medida hay riesgo de que la subida de precios que estamos viendo acabe provocando una inflación descontrolada. A lo que teme Trichet no es a la subida de los precios del petróleo y de los alimentos, sino que esa inicial subida de precios genere expectativas de inflación; es decir, que la gente comience a creer que los precios de los demás bienes y servicios también subirán, provocando, a su vez, una subida posterior de los salarios. Se produciría así lo que los economistas llaman "efectos segunda ronda", que alimentan la continuidad del proceso inflacionista.

¿Hay riesgo de que ocurra eso en los próximos meses? El BCE así lo teme. Si no, lean su último boletín mensual. De forma clara, el Consejo de Gobierno señala "la existencia de fuertes presiones alcistas a corto plazo sobre la inflación", a la vez que de forma también clara afirma que "su objetivo principal es el mantenimiento de la estabilidad de precios a medio plazo de acuerdo con el mandato que tiene encomendado". De ahí que su prioridad sea "el firme anclaje de las expectativas de inflación", a fin de mantener su "firme compromiso de impedir la aparición de efectos de segunda vuelta". Las manifestaciones de transportistas, pescadores y otros sectores de estos días a lo largo de toda Europa seguro que han convencido a los responsables del BCE de que están en lo cierto.

Los mensajes verbales tienen gran importancia en la conducta de los banqueros centrales. Probablemente, lo que ha dicho Trichet este fin de semana no es sino la verbalización de esos temores. El problema es que su lenguaje es críptico y ambiguo. Ya se lo dijo en una ocasión Alan Greenspan -el anterior presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos: "Si ustedes me han entendido bien, entonces es que me he expresado mal". No sé si he entendido bien o mal a Trichet, pero pienso que es más probable la subida de tipos que lo contrario. Eso complicaría la gestión de nuestras crisis.

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