Y el pájaro carpintero creó a la mujer...
El museo Barbier-Mueller explora la cosmogonía taína con 56 obras
El enfado de un cacique había dejado sin mujeres a los indios taínos de La Española. Al límite de la urgencia viril, los hombres vieron caer de los árboles unas figuras humanas carentes de sexo. Entonces buscaron a un pájaro carpintero y le encomendaron abrir una oquedad en los cuerpos asexuados. Fue así como volvieron a tener féminas a su lado, y su estirpe pudo continuar. Entre 1494 y 1498, el religioso catalán fray Ramón Pané estudió y recogió por escrito las costumbres, los mitos, las leyendas y las creencias de los taínos, los indígenas caribeños que los conquistadores españoles conocieron a su llegada al Nuevo Mundo. Sin él, nunca habría sido posible reconstruir esta parte de la cosmogonía precolombina. Quinientos años más tarde, su trabajo ha servido de base a la exposición El Caribe precolombino. Fray Ramón Pané y el universo taíno, que el museo Barbier-Mueller de Barcelona ofrece hasta finales de octubre.
El catalán fray Ramón Pané estudió los mitos de los indios caribeños
La lista de viajeros no lo recoge. Pero Pané fue uno de los integrantes del segundo viaje de Colón a América. El almirante le encomendó la tarea de recopilar toda la información posible sobre la religiosidad de los indígenas, El fraile, pura encarnación, avant la lettre, del hoy tan socorrido diálogo entre culturas, aprendió la lengua de los taínos, convivió con ellos, asistió a sus ceremonias y consignó sus leyendas ancestrales. Se convirtió así en el autor del primer texto en español escrito en la tierra de conquista. Uno de los especialistas en su figura, el investigador José Oliver (editor del completo catálogo de la exposición), destaca su mayor virtud: fue un oyente y un espectador neutral, "que a diferencia de la mayor parte de los colonizadores se limitó a escribir las cosas tal como las escuchaba, sin mucha interpretación".
La exhibición reúne 56 piezas, la mayor parte de las cuales (30) procede del British Museum de Londres y nunca antes se habían visto en España; 19 provienen del Museo de América de Madrid y el resto forma parte de los fondos de la colección Barbier-Mueller. El conjunto es un compendio de tallas de madera, piedra y documentos escritos que permiten asomarse a las costumbres de los taínos, a sus ritos y a sus complejas relaciones con las divinidades. Una compilación en la que destacan piezas como un dúho (asiento bajo usado por los indios) de madera de guayacán del año 800, el único ejemplar que conserva incrustaciones de oro; un hombre pájaro; una delgada figura antropomorfa con lágrimas en las mejillas y una mano de mortero de piedra ígnea.
Tal como explica Oliver, sin el trabajo de Pané, habría sido imposible descifrar el misterio que encierran estas figuras. Gracias a él sabemos que para los taínos, los iconos que representan a los dioses son divinidades en sí mismas, a las cuales llamaban cemíes. El diálogo con ellas se establecía en la ceremonia de la cohoba, una planta alucinógena. La mano del mortero servía para machacar las semillas, que se aspiraban con la ayuda de cañas hechas con huesos de pájaros; el oficiante se sentaba en el dúho para preparar el contacto con estas fuerzas sobrehumanas. Y por efecto de la droga, que aumentaba la salivación y hacía llorar a quien la ingería, los ídolos adquirían un tamaño humano que facilitaba la comunicación. Oliver insiste en el acierto de la neutralidad de Pané a la hora de recoger la visión del mundo de los taínos. Quizá el religioso lo definiría como humildad. El primer cronista de las Américas se definía a sí mismo como "un pobre ermitaño".
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