Los últimos cartuchos de Hillary
¿Quién dijo que el mundo del espectáculo es el mejor espectáculo del mundo? There is no business like show business, se acostumbraba a decir en Broadway y Hollywood. Pero, ahora, contemplen el que está ofreciendo al país y al mundo el Partido Demócrata de Estados Unidos y comparen. Y, sobre todo, observen el desarrollo de dos acontecimientos que tendrán lugar este fin de semana: el primero, en la capital federal; en Puerto Rico, el segundo, cuyos resultados podrían liquidar definitivamente las aspiraciones a la nominación demócrata de Hillary Clinton o, por el contrario, mantener su candidatura coleando hasta la convención de finales de agosto en Denver.
Una posibilidad, esta última, que angustia a los responsables y superdelegados del partido, que temen que, si no queda cerrada de facto la nominación tras las dos últimas primarias, Dakota del Sur y Montana, el martes, el beneficiario de la división sería, lógicamente, el republicano John McCain.
Clinton juega fuerte para que el Partido Demócrata incluya los votos anulados en Florida y Michigan
El senador por Arizona tiene sus propios problemas con el electorado -su edad, su posición sobre Irak, su propuesta de reforma fiscal, etcétera-. Mientras los demócratas andan a navajazos, la ex primera dama más que el senador por Illinois, McCain anda interpretando el papel de estadista y pronunciando enjundiosos discursos sobre la política que desarrollaría con relación a China, Rusia e Irán, caso de estar instalado en la Casa Blanca a partir del 20 de enero.
En efecto, la senadora por Nueva York se la juega este fin de semana. Mañana (sábado), los responsables de reglamento y normas del comité nacional demócrata se reúnen en un hotel de la capital federal para discutir qué hacer con los votantes de dos Estados clave, Florida y Michigan, que se saltaron a la torera las normas del partido y adelantaron sus primarias al llamado supermartes del pasado febrero.
El presidente del comité nacional demócrata y ex candidato a la nominación de su partido en 2004, Howard Dean, está decidido por todos los medios a mantener las normas que él mismo impuso. Pero -argumentan los demócratas de ésos y otros Estados, fervorosamente apoyados por el equipo de Hillary Clinton-, ¿cómo dejar a millones de votantes de Michigan y Florida sin representación en la convención? Hillary juega fuerte, porque si finalmente se aceptaran con alguna componenda imprevista los resultados de las votaciones ilegales en esos Estados, su argumento estrella -que tiene más votos populares que Barack Obama, aunque el afroamericano le gane en número de delegados- podría influir en alguna medida en las bases del partido y mantener el suspense hasta la convención. Improbable, pero no imposible.
En todo caso, no hay que olvidar que, por expreso deseo de los padres fundadores, en los procesos electorales de EE UU funciona más el voto delegado que el voto popular directo. Conviene recordar que el presidente es elegido por un colegio electoral y no directamente por los votantes. Un sistema, por cierto, copiado de la república romana anterior al Imperio. Al Gore perdió en el año 2000 frente a George W. Bush, a pesar de haber ganado el voto popular.
Si, como es previsible, Hillary no consigue tras la reunión de Washington sumar el voto popular de Florida y Michigan a su columna, siempre nos quedará Puerto Rico, que celebra el domingo su primaria, y su día de gloria -siempre la nominación estaba decidida cuando votaba Puerto Rico-. Su previsible victoria, según todos los sondeos, en la antigua colonia española, perdida hace 110 años junto a Cuba, Filipinas y Guam en la guerra hispano-estadounidense, proporcionará a la senadora por Nueva York una alegría similar a la obtenida recientemente en Virginia Occidental y Kentucky, donde la ex primera dama literalmente arrasó. Un triunfo similar reforzaría su tesis de que Obama tiene un problema con los trabajadores blancos, las mujeres y los hispanos, sin cuyo voto sería imposible una victoria en noviembre.
En todo caso, las primarias en la antigua Borinquén tienen un cierto aire surrealista, ya que los residentes en la isla, a pesar de tener la ciudadanía estadounidense desde 1917, no votan en las elecciones parlamentarias ni presidenciales. A cambio no pagan impuestos federales, aunque sí están incluidos en el sistema de seguridad social estadounidense. ¿Por qué el interés en Puerto Rico más allá de los 63 delegados en juego para las convenciones demócrata y republicana? Precisamente porque los cuatro millones de puertorriqueños que residen en el Estados Unidos continental sí votan en las presidenciales de noviembre.
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