Arte en el agua
Llueve mientras redacto esta crónica y mis hermanos agricultores están hasta el gorro del clima del año: venga agua, justo ahora que están empezando a aclarar los frutales, o sea a aliviar a los árboles para que sólo los frutos necesarios prosperen para dar buena cosecha en tiempos de abusos del mercado y de hambre crecientes (quién lo iba a decir hace 40 años, cuando los hoy fruticultores cambiaron el cereal por la fruta)... dando a la vez las gracias porque de momento la lluvia no se acompaña, y cruzo los dedos, de la temida calamarsa, el granizo. Llueve en el asfalto, donde estoy, llueve a la manera de los versos en la pared del viejo y digno café bilbaíno cuyo nombre ahora mismo no recuerdo: "Y qué le voy a hacer si llueve/ constantemente/ y debo decirlo/ delicadamente". Versos ambiguos como lluvia, puesto que vaya a usted saber a qué se refieren con lo de "delicadamente": si así llueve o si así debe decirlo el poema.
Dos obras de Robert Llimós en aguas del puerto dialogan con la escultura de Alfaro
Delicadamente doy gracias por mi parte, pues menos gentes pasarán estos días lluviosos por la Rambla de Catalunya y, en el tramo de Consell de Cent a Gran Via y a la inversa, no serán computadas por el sensor como visitantes de lo que La Caixa llama arte en la calle, las enormes esculturas, este año de Manolo Valdés, que han reemplazado a los intimidantes artefactos de Igor Mitoraj expuestos el año pasado en el mismo lugar. Queda inaugurado este pantano. No es arte en la calle, sino una galería en la calle (las obras están a la venta) en concurrencia desleal con otras galerías, puesto que la iniciativa cajera es un monopolio, con el beneplácito municipal, de un tramo de la rambla más íntima, la única que nos queda así de íntima en el centro de la ciudad (bueno, no hasta el 16 de junio). Desconozco quién es el principal coleccionista de Valdés en la city, el del año pasado era el señor Samaranch. Concurrencia desleal también porque la iniciativa coincide con el estreno de la maravillosa exposición del Museo Picasso dedicada a Las meninas, que expone una escultura del valenciano, así como una de las relevantes versiones en pintura que en 1971 Valdés realizó con Rafael Solbes, cuando eran el Equipo Crónica. Claro que no es una coincidencia. Podría ser casual que en el reciente Loop se haya presentado una instalación meniniana de la neoyorquina Adad Hannah, pero lo de la Rambla de Catalunya, no. "Tot s'aprofita", dejó escrito el gran Pere Calders.
Arte en la calle hay bastante en Barcelona, acogedor e íntimo en no pocas ocasiones. También tenemos arte en el agua. Hoy les hablo de una obra excelente de 2006 de Robert Llimós, en el puerto. Delicada, acariciante, serena. Son dos boyas que se mecen en el mar, ante los bancos y las maderas de la parte baja de la pasarela, en un margen discreto, el tramo ante Montjuïc, a uno y otro lado del paso abierto de las embarcaciones. Custodian precisamente el tramo abierto, una a cada flanco, que por eso son boyas. Están en diálogo con otra obra excelente, ésta en tierra, de Alfaro, valenciano que nunca ha hecho obras intimidantes por grandes que sean. La de Llimós va dando la vuelta al compás del agua mientras una gaviota que se ha posado en ella, a veces más de una, no se mueve ni gota, reposada, mientras yo y mis compañeros de asiento y lugar descansamos la vista. Las dos boyas son iguales. De unos tres metros de altura, blancas inmaculadas para que mejor puedan las desgraciadas de las palomas lanzarles la mierda encima y no a nosotros. Cada boya sostiene un personaje, una silueta con volumen que reclina la cabeza atrás para mirar al cielo y sus nubes, las manos a la espalda, las piernas abiertas y los pies bien aposentados en la boya, las rodillas levemente dobladas para mejor estar. Donde se juntan las manos, en el trasero, surge una estrella verde mar... No están a la venta y gozarlas es gratis. Olvídense de la Rambla de Catalunya hasta el 16 de junio, ya falta menos.
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