"Provocar es un verbo que no me pertenece"
Acaba de llegar de México y está en Madrid grabando un videoclip para promocionar una nueva edición de Papito, su último álbum, un trabajo en el que Miguel Bosé cantaba sus temas más emblemáticos con Noa, Juanes, Paulina Rubio, Ana Torroja o Antonio Vega, entre otros amigos, y que le ha tenido dando tumbos desde que lo lanzó. Ahora retoma la gira con más de 42 conciertos en España y... vuelta a las Américas. Pareciese que no le pesan los 50 años. Él dice estar más sereno, asumir bien la madurez, que significa "estar vivo" y seguir siendo el mismo. Como mayor cambio señala que, con los años, ha alterado sus horarios: si está en casa afirma despertarse a las cinco de la mañana e irse a la cama antes de las diez de la noche. Lo dice abanico en mano, derretido por el calor de los focos del set de las cámaras.
Pregunta. A punto de arrancar su nueva gira, anuncia que lo próximo serán dos novelas. ¿Qué hay de eso?
Respuesta. Cuando terminé de grabar Papito, quise sacar dos novelas que tengo terminadas. Pero nadie pensó que Papito iba a ser lo que fue. Por eso tuve que postergarlas. Las novelas están en casa, tienen que ser corregidas, tienen mucha paja... Y hasta que no termine esta nueva gira no voy a poder terminarlas.
P. Pero, ¿qué cuentan, qué formato tienen? ¿Son ficción?
R. Sólo puedo decir que hay dos cosas que he hecho siempre: respirar y vivir; por eso escribir no me resulta nuevo. De las novelas no voy a decir nada: quiero mantener esa curiosidad.
P. ¿Habrá en ellas algo del Miguel provocador?
R. No; mira las letras de mis discos. Yo jamás he escrito de forma personal. Menos en Sereno, que quizás por escribirlo y grabarlo en casa se me escapó más la primera persona. Lo que me ha divertido siempre es novelar y escribir ficción. Quizás porque mi primer gran amor fueron los libros.
P. Insisto. ¿Qué quedará entonces de la provocación?
R. Es que provocar es un verbo que no me pertenece. Desde luego que hay gente que necesita ser provocada y que busca a toda costa una excusa para serlo. Uno ve lo que quiere ver, siente lo que quiere sentir y si no lo encuentra, lo fabrica. Nací en una familia en la que disfruté de una información y entorno excepcionales; eso hizo que yo tuviera una cultura especial con unos criterios muy firmes. Muchas veces decir cosas de forma radical o firme, altera. Pero yo jamás he provocado. He hecho las cosas de la forma más coherente. Y un día, tras tres años de ausencia para los medios, aparezco con falda. Resulta que en ese periodo me fascinó la estética japonesa y samurái. Fue una evolución en mí. Nada más.
P. ¿Y hoy, qué le fascina?
R. Todo lo que esté cargado de una espontaneidad descarada. Me fascina lo auténtico. Por contra, desconfío de ese refugio oportunista, falsamente intelectual y exclusivo que se llama vanguardia: me pone los pelos de punta.
P. De forma espontánea, se mira al espejo y ¿qué ve?
R. He tenido una gran relación con el espejo para el aseo o para ratificar, antes de salir a un sitio, que las cosas están en su sitio. No soy narciso, no me complazco. Lo uso en su momento como puedo utilizar una sartén, para freír ajos. No soy vanidoso, aunque sí soberbio. La soberbia es una de las bases de la felicidad, supone asumirse. Desconfío de las personas que van de humildes por la vida. A los que dicen "yo soy humilde", les pregunto: "¿Y soberbio?".
P. Además de la música, está implicado en varias labores solidarias, donde dice que su mayor valor es hacerse incómodo.
R. Aprovecho mi visibilidad. Siempre digo que me lo ponen en bandeja porque lo que más me gusta es ser incómodo. Tengo un máster en eso. A los gobiernos y a la clase política les digo que respondan.
P. Sea incómodo.
R. Es fácil. Para empezar, pediría a los políticos que dejen de hacer teatro. Y al ciudadano le pediría que se comprometa. Primero con el voto y después con la denuncia, diaria, constante. Parece que olvidamos que tenemos derecho a cambiar las cosas que no nos gustan.
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