La frontera de la miseria
Cientos de inmigrantes sin papeles malviven en asentamientos en Huelva
Algo tan sencillo como unos zapatos más grandes es lo primero que pide. "Necesito un 47 y estas son muy pequeñas", dice Mamogore Gom, senegalés de 24, señalando las zapatillas de deporte que viste y que están a punto de estallarle. Es su necesidad más inmediata. Pero la principal es conseguir un trabajo y poder salir del campamento de chabolas donde malvive, en Moguer (Huelva). Allí, Mamagore y una decena de compañeros sin regularizar buscan trabajo en la campaña de la fresa. "Pero para trabajar me hacen falta papeles. Si no, no hay trabajo y sin trabajo, no hay dinero...", dice el senegalés.
Mamagore llegó hace dos años y tres meses a España. Partió a Mauritania desde Thiès, su región natal en la costa central de Senegal, donde era pescador, como su padre. En el país vecino se embarcó en un cayuco rumbo a Europa. Primera parada: Tenerife. "Íbamos 48 personas en el barco. Tardamos seis días en llegar. Cuando nos recogieron, tenía agarrotados los músculos de las piernas. Estaba muy cansado. Habíamos estado cuatro días sin comida y sin bebida", recuerda. Historias muy parecidas relata el resto de sus compañeros, todos ellos, sin papeles ni trabajo.
"Estuvimos seis días en el cayuco y cuatro sin comida ni bebida"
"Por muy poco que gane aquí, lo que mande será mucho para mi familia"
Papeles y trabajo son las dos ideas obsesivas en un asentamiento de inmigrantes sin regularizar. Un fenómeno que sigue dándose cada año en Huelva, cuando la campaña fresera atrae a cientos de inmigrantes en busca de un sueldo. Expertos consultados calculan que, en los momentos de mayor afluencia, ha podido haber más de medio millar de indocumentados, en su mayoría subsaharianos, vagando por los cultivos de la provincia en busca de trabajo en el campo. Algo casi imposible de conseguir, ya que el mercado laboral agrícola para inmigrantes en Huelva está copado por los contratados legalmente en terceros países. Este año, más de 30.000 trabajadores, en su mayoría de Marruecos y Rumanía, han acudido a la campaña fresera contratados en origen.
Este sistema cerrado de contratación es el que ha provocado la fuerte reducción de asentamientos en el último lustro. Lejos quedan los años 2001 y 2002, cuando se contaban por miles los inmigrantes ilegales que pedían una oportunidad, concentrados cerca de las fincas. No obstante, todavía quedan asentamientos en zonas cercanas a Moguer, Palos de la Frontera o Lepe, pueblo donde la Guardia Civil y la Policía Local desmantelaron la semana pasada un campamento con algo menos 100 personas. Estos asentamientos, en general, ya empiezan a vaciarse, al marchar quienes allí viven, pues la cosecha fresera termina. Mamagore, como sus compañeros, está desando reunir algo de dinero para largarse de Huelva, donde le ha ido francamente mal. "Sólo he trabajado dos días en cuatro meses", confiesa. Quieren probar suerte en Lérida, y trabajar en la manzana y la pera. Luego quizás vayan a la vendimia, en La Rioja. El circuito sigue en Jaén, en la recogida de la aceituna. Y se cierra en Huelva, otra vez con la fresa.
Este recorrido lo conocen bien Santos Torres y a María José Corrales, los dos agentes de los Equipos de Atención al Inmigrante (Edati) que la Guardia Civil tiene desplegados para cubrir la zona -existe otro equipo en Lepe-. "Nuestra labor es de apoyo y de asesoramiento. Somos su primera referencia en indicarles dónde pueden dirigir sus demandas de regularización o de empleo. Además, también les atendemos en lo posible para ofrecerles artículos de primera necesidad", explica Torres. En este sentido, los agentes del Edati se coordinan con equipos de la Cruz Roja, Cáritas y otras organizaciones de ayuda.
Uno de los asentamientos más grandes que visitan los miembros del Edati está en Moguer, en un pinar conocido como Las Jarras. Unas 70 personas viven en chabolas hechas con maderas y plásticos procedentes de las fincas agrícolas. Uno de ellos es Baba Diarra, de 23 años y natural de Malí, que lleva 10 meses en España. "Por muy poco dinero que gane aquí, lo que mande a mi familia será mucho para ellos". "En Malí trabajaba de soldador, pero mi familia es muy pobre. No he tenido suerte porque en los meses que llevo en España no he podido trabajar ni un sólo día", explica. "Esta situación me deprime. No puedo ayudar a mi familia porque no tengo dinero ni para mi mismo".
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