Las espaldas de Guerrero
Joan Guerrero (Tarifa, 1940) decidió jubilarse como fotógrafo de prensa, hace un tiempo, y mirar la vida sin el objetivo por medio. Empresa vana. En primer lugar, porque en su caso entre una y otra modalidad de visión no existe ninguna diferencia. Y en segundo, y principal, porque las imágenes, amenazadas de orfandad, decidieron conspirar para no otorgarle la baja. "Un día, hará de eso un par de años, paseando por Santa Coloma de Gramenet, vi un negro muy negro, senegalés probablemente, dándole el biberón a un bebé muy blanco. No me perdoné no llevar la cámara". De modo que volvió a colgarse la Leica al cuello y ahí están esas fotos, naturalmente en riguroso blanco y negro, que desde ayer se exhiben en el Colegio de Periodistas (Rambla de Catalunya, 10): la mayoría fueron tomadas durante 2007, aunque también las hay anteriores, de sus varios periplos por América Latina.
"Dice este hombre que cuando era niño dejó volar su imaginación enfocando por primera vez con una caja de cerillas; que lo más difícil es hacer lo más sencillo y que la persona es, cualquiera que sea la historia, lo que hay que contar. Todo lo demás es accesorio", escribe Martí Gómez en el tarjetón de la exposición, justamente titulada La persona és el primer. Ayer, en la presentación, el cronista literario pidió al cronista gráfico que seleccionara tres entre la cuarentena de instantáneas expuestas. Guerrero se quedó primero con el rostro de un campesino nicaragüense de ojos acuosos que en el momento de la despedida le regaló dos huevos de gallina. "Vivía en una chabola de lata. Eso era todo lo que tenía". Luego el fotógrafo se plantó ante la imagen urbana de una anciana muy abrigada, paseando a su perrito igualmente abrigado. Al fondo, un cartel de una empresa constructora. "Habría podido suprimir el cartel, pero ya no recuadro. Me he vuelto purista". Y finalmente escogió a una pareja mayor, vista de espaldas, dándose tiernamente la mano por la calle. "Me recuerda Els vells amants, la canción de Serrat".
Hay muchas personas dando la espalda al objetivo de Guerrero en esta exposición. Un grupo de chicos en bañador pescando en la playa de Sant Adrià, por ejemplo; y una mujer y una niña ecuatorianas, cargando con haces de leña; y otra niña vestida de primera comunión, pasando ante un cementerio; y un chico con muletas junto a una pelota de fútbol; y, de nuevo, una pareja de ancianos, turistas esta vez, contemplando desde el Fòrum las tres chimeneas de la central térmica. Aunque no todo son melancólicas "nieves de antaño": en otras dos imágenes, tomadas respectivamente en Cádiz y Varadero, aparecen sendos grupos de chicas en el momento de entrar al mar para darse un baño, dejando tras de sí un rastro de jovial sensualidad.
¿Por qué tantas espaldas, Guerrero? "Pues tienes razón, pero no sabría decirte". Bueno, pues intentemos una explicación. Acaso porque, como dice Martí Gómez, lo que importa es la persona, el tiempo que ha cargado sobre sus hombros y que le ha hecho ser como es. Las fotos de Guerrero son crónicas porque capturan ese tiempo acumulado, incluso cuando las personas no aparecen, como es el caso de esa melancólica barca semihundida que inevitablemente remite al relato humano de su abandono. Las historias de las personas siempre quedan a espaldas de las imágenes. Por eso, sostiene Guerrero que eso de que una imagen vale más que mil palabras es una perfecta tontería. "De hecho, se puede hacer un diario sin una sola fotografía, pero no se puede hacer sólo con fotografías". Vale, pero convengamos al menos que sin fotos los diarios no tendrían luz, parecerían muertos.
Esta misma crónica quedaría horriblemente mutilada sin la imagen escogida por el propio Guerrero: dos inmigrantes bajo una sombrilla, a orillas del río Besòs. A espaldas de la pareja queda la crónica no escrita de sus vidas.
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