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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Israel y Siria hablan

Washington debe apoyar un diálogo crucial para llevar esperanza a Oriente Próximo

En la zona del mundo más sangrienta y necesitada de esperanza, el anuncio ayer del diálogo indirecto que, con mediación turca, vienen manteniendo Israel y Siria, por primera vez en ocho años, es una noticia tan relevante como alentadora. Un entendimiento entre los dos enemigos históricos tendría profundas repercusiones en los conflictos más intratables de Oriente Próximo, además de apuntalar la estabilidad futura del Estado judío y sacar a Siria de su actual aislamiento internacional.

Resulta evidente que un eventual acuerdo de paz exige la directa implicación estadounidense y un brusco viraje sobre los postulados de la Administración actual, cuya hostilidad hacia el régimen de Damasco es patente. Washington se apresuró ayer a encomiar el papel de Turquía y a desmentir la idea de que se opone a los contactos, algo congruente con los finales de reinado -Bush deja la Casa Blanca en unos meses-, donde salvo caso de conflicto agudo suele prevalecer la actitud de esperar y ver. Sería también ingenuo infravalorar el cúmulo de obstáculos que se oponen al proceso, desde la extrema debilidad del primer ministro Ehud Olmert hasta el complejo y oscuro juego de fuerzas regionales. El reconocimiento conjunto de las conversaciones, sin embargo, evidencia que Israel no ha puesto una cruz roja en la casilla crucial que le enfrenta a Siria y que precede a cualquier otro compromiso: la devolución de los Altos del Golán, la meseta estratégica de 1.200 kilómetros cuadrados a las puertas de Damasco, ocupada en la guerra de 1967 y anexionada por el Estado hebreo en 1981.

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Las negociaciones formales entre ambos bandos ni siquiera han comenzado, pero a nadie se le escapa la trascendencia de un eventual compromiso. Damasco, junto con Teherán, es determinante en lo que sucede tanto en Líbano -cuyas facciones rivales obtuvieron ayer un principio de acuerdo que parece alejar una nueva guerra civil-, a través de su apoyo a Hezbolá, como en la franja de Gaza, por su sostén a los fundamentalistas palestinos de Hamás. Y no es ajeno a los acontecimientos de Irak, con el que comparte una frontera decisiva. Hezbolá, por el norte, y Hamás, por el sur, representan las pesadillas de Israel. La paz entre Israel y Siria, además, acabaría poniendo inevitablemente en el congelador el actual eje Damasco-Teherán, en el que las discrepancias doctrinales pesan menos que intereses y ambiciones comunes tan inquietantes como lo nuclear.

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