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La carrera hacia la Casa Blanca
Columna
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Obama frente a Bush

Lluís Bassets

Todavía no han terminado las primarias demócratas pero ya ha sonado el disparo para la carrera presidencial. Por más que Hillary Clinton se esfuerce en aparentar que se mantiene en competición, Obama ha entrado en una dimensión nueva, con McCain como único rival. Muchos son los indicios de que todo el pescado está vendido y ahora se trata de pasar a la velocidad directamente presidencial. Lo indica, en primer lugar, la prudencia de Obama justo en el momento en que está a punto de llegar a la meta, destacado a distancia insalvable de Clinton. No hay nervios en su equipo respecto a la senadora, a la que ha tratado con la generosidad del vencedor, dando así la impresión de que quiere salvaguardar la unidad de los demócratas, recuperar a sus consejeros y asesores, cultivar a los votantes más reticentes de las bases clintonianas (obreros blancos, judíos, hispanos) y probablemente obtener incluso el apoyo explícito del matrimonio Clinton, la pareja política más famosa de nuestra época.

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Segundo dato sobre el ritmo nuevo de la campaña es la irrupción de una agenda excéntrica respecto al calendario de primarias. Todos se han ido de pronto en busca del sol de Florida, en vez de Montana, Dakota del Sur o Puerto Rico, que son los Estados restantes. Florida es un Estado especial que ha jugado un papel electoral muy destacado desde el año 2000: allí fue donde Bush ganó a Al Gore, gracias a la ayuda del Tribunal Supremo, que interrumpió el recuento de las famosas papeletas mariposas y evitó así que finalmente venciera el candidato demócrata. Allí es donde el ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, concentró erróneamente todos sus esfuerzos en las primarias republicanas y sufrió el revés que le descabalgó de la carrera. Y allí ha sido, además de Michigan, donde se celebraron unas primarias demócratas ilegalizadas por el comité nacional del partido, en las que venció Clinton, sin que Obama hiciera ni siquiera campaña.

McCain fue el primero, con un duro discurso dirigido sobre todo a la comunidad cubano-norteamericana. Detrás ha llegado Obama, que gastará tres días para compensar su anterior ausencia, cultivando a sus votantes negros, jóvenes y profesionales emergentes e intentando también enervar el voto cubano de la generación más joven. Incluso la senadora Clinton ha querido desplazarse allí, en un gesto añadido de perseverancia, que indica la voluntad de adquirir la máxima fuerza posible para negociar su final de campaña. Quizás en alguno de estos gestos se puede jugar su candidatura a la vicepresidencia.

Pero en Florida aparece también un tercer dato propio de la campaña presidencial. Allí se ha abierto el fuego cruzado entre McCain y Obama respecto a la política exterior, territorio presidencial por excelencia donde los candidatos deben convencer a los ciudadanos de que quien llegue a la Casa Blanca tiene las mejores aptitudes de comandante en jefe, que significa saber hacer la guerra y también saber firmar la paz. Se trata del pesado fardo de la guerra de Irak, naturalmente, pero de algo más. La estrategia que deba seguir el próximo presidente frente al régimen de Castro ha servido para que McCain pusiera sobre la mesa una vieja cuestión política de gran enjundia que ya suscitó un primer rifirrafe entre Clinton y Obama, como es la oportunidad de la diplomacia directa entre el presidente norteamericano y los representantes de regímenes hostiles, algo con una sólida tradición (Roosevelt y Truman con Stalin, Nixon con Mao Zedong y Jruschov, Reagan con Gorbachov) que ha sido demonizado en los últimos siete años por el maniqueísmo moralista de los neocons.

Obama se ha mostrado dispuesto a sentarse con Raúl Castro y con Ahmadineyad. Sus rivales, incluida Clinton, lo descartan, y en el caso de McCain a rebufo de la teoría del apaciguamiento exhibida por George W. Bush en la Knesset la pasada semana. Vale la pena apuntar que el discurso de Bush tiene otra lectura a la vista de los últimos movimientos en Líbano y de la negociación directa y abierta entre Siria e Israel. Descartar la diplomacia y la negociación con regímenes y grupos fichados como terroristas significa descalificar a estrechos colaboradores de Bush y ahora a su aliado Ehud Olmert y apostar porque Washington persista en el error a partir de 2009. Pero conduce a McCain a meterse en la trampa de la continuidad respecto a la actual presidencia, como han subrayado a toda prisa los portavoces de Obama. No se sabe si es el propio McCain o acaso la capacidad de clonación ideológica del bushismo, pero parece evidente que Obama ha aceptado el reto y que se siente cómodo en este campo de juego: diplomacia frente a guerra, futuro frente a pasado, cambio frente a inmovilismo, él mismo frente a un McCain en el que Bush busca su reencarnación o, lo que es lo mismo, el tercer mandato.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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