Lo que fue
El diario inglés The Guardian publicó ayer un artículo muy cruel sobre Woody Allen. Decía que sus películas de los últimos años eran menores o malas, que se encontraba en plena decadencia física y creativa, y que, sin público en su país y desconocido para las nuevas generaciones, hacía una última gira por provincias (o sea, Europa) para rebañar dinero y aplausos. Tras la trilogía londinense y la aventura barcelonesa de Vicky Cristina Barcelona, el articulista del Guardian imaginaba el resto de un periplo en descenso: una película en Italia, otra en Serbia, otra en Albania
Creo que el peor Woody Allen (que, seamos sinceros, es el de ahora) se mantiene a un nivel digno, visto lo que circula por ahí. Ha hecho varias películas fantásticas y se ha ganado la posteridad. Por mí, puede seguir exprimiendo instituciones provincianas y llenando teatros bálticos: no dejaré de admirarle.
Quizá incluso mantenga el hábito de ver sus nuevas películas. Eso, sin embargo, no es seguro. Repetiré con las antiguas (fijo mi arbitrario límite en Balas sobre Broadway, 1994), pero he dejado de interesarme por su producción contemporánea. No siento necesidad de ver inmediatamente lo que estrena. Sé que le echaremos en falta cuando no esté, como echamos en falta al gran Billy Wilder; se me hace muy triste echarle en falta ahora, cuando aún fabrica una al año.
Hablando de lo que fue y lo que es, termina la cuarta temporada de House. Venero a Hugh Laurie, caballero de clase alta y acento exquisito, solvente pianista y gran cómico. Me enganché a su personaje, el médico-detective, huraño y toxicómano. Pero, sin darme cuenta, he ido hartándome de los síndromes rarísimos, de los pacientes excéntricos y del propio Gregory House. Confío en que Laurie (el primero en mostrar signos de fatiga) sepa que no hay que demorar mucho más la caída del telón.
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