La emoción de las grandes obras
Debo confesar que no soy un experto en temas taurinos, es más, me declaro sinceramente ignorante al respecto. Asisto cuando puedo a las corridas de toros (es un espectáculo que tomo en pequeñas dosis) aunque no sé muy bien qué es una verónica, o una bernardina, ni un pase cambiado. Así que espero que me perdonen si escribo alguna estupidez en estas líneas.
Mis primeros recuerdos de una corrida de toros son con mis padres y mis vecinos sentados frente a un televisor en blanco y negro, los nombres repetidos de los grandes héroes de la fiesta: El Cordobés, Palomo Linares... y el juego a ser torero de un niño en la peluquería del barrio mientras esperaba a su madre. Después, un largo vacío de años sin tener ninguna relación, ni ningún contacto con la fiesta taurina.
Cuando empecé a preparar la ópera Carmen, hará unos 10 años, pensé que debía ser interesante para mi trabajo ver una corrida de toros en vivo. Así que me dirigí a La Monumental de Barcelona y compré una entrada de tendido. Dos jóvenes toreros de estilos muy diferentes oficiaban el festejo. Durante dos horas asistí a algo extraordinario, magnífico, único, a una verdadera obra de arte. Se tensaba mi piel, mi estómago temblaba, mi pecho palpitaba. Acabé con lágrimas en los ojos. Después paseé feliz, mejor dicho levité como cuando uno está enamorado, horas y horas por las calles.
He vuelto varias veces a los toros, debo de haber tenido suerte dicen, porque siempre he experimentado esa emoción que a uno le producen las grandes obras. He aprendido que la pulsión de este ritual de belleza, amor y muerte tiene mucho que ver con el teatro y la música que amo. Una corrida de toros es algo muy hermoso.
Calixto Bieito es director teatral.
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