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Columna
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Parábola casi franciscana

El jugador de Nintendo está que se sube por las paredes. Lo diré de otro modo, el jugador de Nintendo está que echa humo. Y es perfectamente lógico. Resulta que tiene preparados unos juegos con su calendario de competición y todo, y va, y cuando se los presenta a los contrincantes recibe una respuesta absurda: lo siento pero nosotros sólo jugamos a la PlayStation; es más, no tenemos más que PlayStations. ¿Cómo no se va poner el jugador de Nintendo hecho un basilisco?

Entonces viene un alma caritativa, por ejemplo, un redentorista o franciscano irlandés, y se lo explica. Es -le dice- como si vas con tus disquetes a un ordenador que no tiene disquetera. O como el jamón. Pongamos que se te ha ocurrido -le exhorta- preparar un pic nic. Ya tienes la fecha, la lista de invitados y el menú: bocadillos de longaniza para el desayuno, de jamón para el almuerzo y cochifrito o gorrín asado para la comida. Corres donde tu invitado todo contento y recibes una respuesta de lo más desabrida: lo siento, pero no comemos cerdo. Está fuera de nuestra civilización (o fuera de nuestro régimen alimenticio, etc.). No te desanimes, ¿cómo vas a meter una cinta de vídeo en un DVD?, insiste el franciscano o redentorista. Pero el jugador de Nintendo no lo entiende. No es que no lo asuma, es que no lo entiende. No entiende que le rechacen pese a su cara bonita y sus bien urdidos menús y juegos de sociedad. Si va hasta con las manos tendidas... Si el franciscano o redentorista hubiera sido de otra parte que no fuera Irlanda, se hubiera ceñido a eso, a explicarle las cosas, pero como procede de una isla donde no hay reptiles, se siente inclinado a meter un poco de cizaña. O sea, de ponzoña.

Pero el jugador de Nintendo no lo entiende. No es que no lo asuma, es que no lo entiende.

Así, le dirá al jugador de Nintendo que no se desanime. Que una cosa es que las cosas estén como están y otra muy distinta que estén como deberían estar. De ahí que le encarezca a mantener sus menús de Nintendo y de chorizo. Mucho más confortado por la homilía franciscana y los consejos en el mismo sentido que le han regalado varios expertos internacionales más, el jugador de Nintendo empieza a sentirse víctima de una conspiración. Porque, en efecto, sólo está en las manos de los demás -las manos mayoritarias, se da la circunstancia- cambiar sus modos de vida, sus costumbres y sus consolas para hacerles sitio a los deseos del jugador de Nintendo. ¡Qué caramba! Lo demás son portazos y ganas de fastidiar. Sí, hay una conspiración universal para hundirle en la miseria, aunque, paradójicamente, él sacará fuerzas de flaqueza y haciendo de la necesidad virtud, se mostrará como la víctima propiciatoria por excelencia.

Quieren destrozarle, suprimirle como jugador, romperle la Nintendo. Pero se van a enterar... De entrada, ya se está dando cuenta de que la conspiración era mucho más grave que lo que parecía. Porque no fue él quien decidió presentar sus bocadillos de Nintendo y sus juegos de jamón, sino que fue invitado a ello por quien los mandaría a freír espárragos (los de mayo pa mi amo) una vez se decidiese él, todo un humilde jugador de Nintendo, a presentarlos. Y raca, raca, raca... (Bostezo).

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