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Columna
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Sin embargo

Rosa Montero

Ni mi carácter ni mi razón son proclives a la venganza. Uno de los aspectos que más me desagradan de los norteamericanos (aunque tienen otras cosas que envidio y aprecio, como su sentido de la meritocracia) es, precisamente, ese empecinado talante vengativo que les lleva a mantener la aberración de la pena de muerte. No creo en el ojo por ojo, y tampoco pienso que la seguridad de las sociedades dependa únicamente de una política represiva. Y, sin embargo...

Sin embargo, veo a los padres de Mari Luz, la niña de cinco años asesinada por un pederasta que no tenía que estar en la calle, pidiendo firmas para reclamar la cadena perpetua; y veo a la familia de Sandra Palo, aquella pobre muchacha violada y quemada viva, buscando apoyos para endurecer las penas de los menores. Veo a esas madres que, fulminadas por el rayo de la desgracia y convertidas en Clitemnestras febriles, recorren el mundo pidiendo justicia. Y veo a Eduardo Pallarés, que asesinó a su hijastra Pamela. Primero, en 2001, cuando la niña tenía 13 años, comenzó a mantener relaciones sexuales con ella. Hasta que la dejó embarazada. El 14 de marzo de 2006, estando Pamela de seis o siete meses, Eduardo clavó a su hijastra un objeto punzante en el pubis; luego la golpeó "con saña" en la cabeza; por último, le metió un pañuelo en la boca, la asfixió y arrojó su cuerpo a una alcantarilla. La semana pasada, la Audiencia Provincial condenó a Pallarés a 18 años. Si se porta bien, y muchos de los más perversos asesinos son disciplinados angelitos en prisión, saldrá a la calle en régimen abierto dentro de 12 años. La verdad, me parece muy poco para todo ese dolor y todo ese horror. Sí, tal vez el aumento de la represión no sea la única ni la mejor solución; pero algo habrá que hacer con un sistema penal que evidentemente está fallando.

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