Estar en capilla
El enfrentamiento cotidiano con la muerte lleva al matador a buscar un último minuto de silencio antes de saltar al ruedo
Decía Luis Miguel Dominguín que daría un brazo por creer en Dios y que, pese a los intentos de López Bravo y de Juan Antonio Vallejo Nájera, que le llevaban de ejercicios espirituales, la cosa se le hacía difícil. Con todo, cuando llegaba a una plaza de toros entraba en la capilla. "No rezaba, pero realizaba un acto de intimidad, de concentración y de última serenidad antes de salir a la arena". Los toreros suelen ser religiosos por costumbre o porque el enfrentamiento cotidiano con la muerte les lleva a buscar en la capilla un último minuto de silencio, de recogimiento, de búsqueda interior. Decían que José Miguel Arroyo, Joselito, se manifestó alejado de Dios y dicen también que José Tomás, sin expresarlo, no parece próximo a la devoción religiosa.
La variedad de devociones se extiende a vírgenes y santos
Pero con ser un tema de índole privada y del exclusivo patrimonio de cada cual, los toreros y las cuadrillas en general suelen ser personas cuando menos respetuosas con los símbolos religiosos. Los hay que viajan con un retablo lleno de estampitas de vírgenes a las que profesan una devoción personal y suelen desplegar con un icono en las habitaciones de los hoteles. Es tradición que antes de salir para la plaza, cuando el miedo atenaza el gañote y las piernas parecen levitar, el torero pide a sus más afines que le dejen solo, para recluirse en la expresión secreta de una última voluntad, en el recogimiento quién sabe si preludio de una última tarde.
La variedad de devociones es enorme y se extiende tanto a vírgenes como a santos: he oído siempre hablar de la devoción de los Ordóñez por "el Cachorro", quizá por su pertenencia a las mágicas cofradías de la Semana Santa de Sevilla. Otros ilustran sus rezos a la imagen de la Macarena, de la Virgen del Pilar o al Cristo de los Milagros. La capilla de Las Ventas es un recinto secreto, de imposible profanación por quien no va vestido de luces y es tan próxima de la enfermería que en ocasiones los toreros suelen ir de un sitio al otro como si de una procesión se tratara.
Miedo. Es la palabra clave que engarza este sincero o impostado misticismo. El torero vive rodeado de un miedo ambiental, de una liturgia que le obliga a no dejar que se vea el forro de la montera porque la tela de raso y el color lila evoca el temido féretro. La religiosidad está en que la primera cornada es el "bautismo" de sangre y que la ratificación de la alternativa se llama "confirmación". Hay vestidos de torero de color "nazareno" y "obispo", y hay uno azul "purísima" en evidente alusión a las vírgenes de Murillo.
Esta Iglesia no está erigida en ninguna basílica ni fundada en otra devoción que el miedo a la muerte, la angustia de no saber si esa tarde será la última y con la íntima gratitud de quien al volver de la plaza -sano e indemne- se recoge en la habitación para, ante ese retablo cromático de estampitas, acreditar una noble expresión de gratitud. En el mundo de los toros no hay noticias de crisis de devociones, y estar en capilla es algo más que una expresión: es la imagen de la tremenda incógnita de la vida y de la muerte.
Babelia
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