Una biblioteca social
La izquierda barroca, que es la única que queda a la izquierda, petrificada en su voluptuosidad de historia, petrificada sobre el puente de la historia como un ángel de Bernini, la modesta izquierda civil y barroca es todavía capaz de inaugurar una biblioteca de barrio, y esto es lo que hicieron los profesores y amigos del instituto público Barri Besòs a finales del pasado mes de abril. Después de 26 años de reuniones, charlas, broncas, profesores expedientados, manifestaciones en la calle, presiones para que se le cambie el nombre al instituto por otro más académico -es decir, más burgués-, negociaciones a través de vecinos intermediarios que intermediaban en representación de profesores vetados, después de convencer al Ayuntamiento de que comprase unas huertas adyacentes al instituto donde levantar la biblioteca -que también es sala de actos para el barrio-, después de convencer a la Generalitat de que para construir el edificio lo que sobre todo se necesitaba era un arquitecto que hablase con los vecinos antes de ponerse manos al proyecto, después de todo este barroquismo de arquitecturas, y de hojas de instancias, y de hojas de libros, lo cual explica que, al igual que el barroco, la izquierda es un estilo, y todavía en pleno tira y afloja con el departamento de bibliotecas de la Diputación para que les ayude a poner en marcha la infraestructura de esta biblioteca, aunque la Diputación dice que para biblioteca la que ella va inaugurar en el barrio colindante de La Mina, los profesores, los vecinos y los alumnos del IES Barri Besòs han conseguido, ya digo, proporcionarles al fin al instituto y al barrio una biblioteca y una sala de actos. Y la biblioteca es, ahora que se la puede ver, una sala humilde, levantada con el oro del tiempo dedicado, una sala de 20.000 libros indispensables, muy pocos de novedad pasajera, y es una sala también de mesas y de estanterías hechas por los profesores y por los miembros de la asociación de padres, para que todo salga más económico, y es sobre todo una sala donde la gente puede ir a leer el periódico y a estudiar cuando sale del trabajo.
Los estudiantes repasan esta tarde sus libros en su flamante biblioteca, y protestan, hacen chist, pidiendo silencio a la mesa donde están reunidos sus profesores Josep Vilallonga, coordinador de la biblioteca; Carlos Díaz, director del instituto; Romà Forner, presidente de la AMPA, y Paco Marín, ex profesor del instituto y representante vecinal en el Fòrum Ribera del Besòs, que tiene la sede también ahí. Estos cuatro hombres, digo, narran ahora su épica infinita con risas de vencedores de barrio, de hombres instruidos que han leído sus libros sobre mesas de bricolaje, de profesores que van a dar su lección en un instituto que no quiere cambiar de nombre, y así cada lección se convierte también en una lección moral, y entonces al referirse a la biblioteca a ratos se les escapa llamarla "biblioteca social".
Por supuesto que palpita un compromiso social en este instituto del Besòs, que tiene socializados los libros de texto, y que extiende sus actividades escolares al vecindario, y que por ejemplo, en colaboración con la Fundación Tàpies, monta para todo el que quiera entrar una exposición con obra original de Antoni Tàpies, a la que asiste el pintor, o que trae a Manuel Delgado para conferenciar, y a García Montero a leer sus poemas, o que con el IVAM organiza una exposición sobre Helios Gómez (el artista que pintó la Capilla Gitana de la cárcel Modelo de Barcelona cuando estuvo preso en ella, tras la Guerra Civil). Al salir de la biblioteca, el jefe de estudios, un joven profesor de Educación Física, murmura con admiración a propósito de la mesa que me ha atendido: "Son viejos rockeros".
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