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Entrevista:AMOS GITAI | Director de cine

"En Israel la política se cuela en tu dormitorio"

El cineasta israelí Amos Gitai (Haifa, 1950), al que el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) dedica un ciclo, es un superviviente. En su caso no se trata de un tópico: él mismo participó en la contienda de Yom Kipur. Sus filmes -Zona libre (2005), Tierra prometida (2004) o Edén (2001)- reivindican la utopía y muestran la realidad de la región-polvorín que le vio nacer.

Pregunta. ¿Aborrece el cine como entretenimiento?

Respuesta. Todas las disciplinas del arte entretienen, pero es necesario algo más. No podemos ser sólo consumidores, sino que debemos convertirnos en espectadores-intérpretes, como sucede cuando nos ponemos delante de un cuadro de Velázquez.

P. Sus filmes tienen una gran carga biográfica. No es de extrañar, porque está vivo de milagro.

"Vivimos un conflicto intoxicado por los telediarios", dice el realizador

R. Lo de superviviente es cierto. De joven, en 1973, participé en la guerra de Yom Kipur. En mi cumpleaños, un día soleado de octubre, estaba sobrevolando con un helicóptero el frente libio en busca de heridos para trasladarlos al hospital. El helicóptero fue derribado por un misil. El copiloto estaba a menos de un metro de mí y murió decapitado. Éramos siete tripulantes. La mayoría quedó malherida y murió después. Yo conseguí sobrevivir. Las fuerzas aéreas israelíes llamaron a mi madre y le dijeron con sequedad que su hijo era una excepción a la estadística: nadie sobrevive a algo así. Como no soy místico, aquella afirmación me perturbó.

P. ¿Se siente cómodo cuando se etiquetan sus películas como "cine político"?

R. Cuando vives en un país como Israel, aunque pretendas ignorarla, la política se cuela por debajo de la puerta de tu dormitorio. Te arrastra, sea cual sea tu estado. Es la tragedia de la región en la que vivo. Cuando el conflicto amaina y las personas empiezan a sanar y a establecer nuevas relaciones sociales, resurge el salvajismo que las atrae a la vorágine.

P. ¿Su cine es la otra cara de lo que cuentan las noticias?

R. No acepto los discursos políticamente correctos. Vivimos en una situación de conflicto altamente intoxicado por las imágenes de los telediarios. Todos juntos, tanto israelíes como palestinos, hemos aceptado ser colaboracionistas con la intoxicación que se hace de nuestra imagen. Hemos caído en una trampa y damos carnaza para alimentar los telediarios universales de la noche, que nos consideran un culebrón digno de ser visto una y otra vez. Cada uno de nosotros utiliza sus heridas para obtener ventajas políticas sin entender que todos somos perdedores.

P. ¿No queda ni siquiera la esperanza?

R. Al reflexionar sobre esto, pienso en mi madre, que nació en Israel cuando todavía era simplemente Palestina. Tenía raíces de los judíos de Rusia. Se casó con mi futuro padre en los años treinta y pasaron la luna de miel en Líbano. Cuando yo era pequeño, las fronteras ya estaban cerradas y cruzarlas me parecía algo extremadamente peligroso. Pero encima de la mesa en la que desayunábamos, mi madre ponía siempre unos extraños billetes de tren con el trayecto Haifa-Beirut, los de su luna de miel. Me parecía muy inquietante que alguna vez se hubiera dado esa posibilidad de viajar en paz. Con ese gesto, mi madre nos quería decir que si aquel tren había existido en el pasado, podía volver a existir. En Israel no debemos perder la esperanza.

P. ¿Cómo decide si una historia debe ser una película de ficción o un documental?

R. Por razones éticas. Cuando rodé Tierra prometida, hice un seguimiento del tráfico de mujeres desde Europa del Este a Oriente Próximo para ejercer la prostitución. Cuando se trata de explotar a estas mujeres, no hay problemas. Los mafiosos israelíes y palestinos se unen por el bien del negocio. En ese caso no quise utilizarlas para hacer un exorcismo de su sufrimiento y opté por la ficción. El documental requiere más pudor que una película de ficción, porque las personas que aparecen en él seguirán con sus vidas cuando el filme acabe.

Amos Gitai, en una calle del Raval barcelonés.
Amos Gitai, en una calle del Raval barcelonés.CARLES RIBAS
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