Domingueros en órbita
Llega el turismo espacial de bajo coste. Una decena de españoles planean volar con Virgin en 2009
La conquista del espacio es el sueño infantil por excelencia. El doctor Floyd dejaba la habitación de su hotel, el Orbiter Hilton, ubicado en una estación espacial a caballo entre la Tierra y la Luna. Como en un sueño, azafatas servían café durante plácidos vuelos regulares a la Luna, con Strauss de fondo. Y ahí estaba. El planeta azul, la imperfecta curvatura de la Tierra: un planeta de pronto pequeño, abarcable, tangible. Era una película, claro. Pero sólo un año después del estreno de 2001: una odisea del espacio, en 1969, Neil Armstrong pisó la Luna. Y esta vez era verdad.
Dice Xavier Gabriel, que tenía 11 años, que aquella imagen se le grabó a fuego en la memoria. Hoy, el dueño de La Bruixa d'Or, el lotero de Sort, aspira a ser "el primer turista español del espacio". Es, de momento, uno de los primeros clientes de Richard Branson, el dueño del imperio Virgin, que, si las cosas le salen bien, habrá inventado lo más parecido a los viajes espaciales de bajo coste. Se trata, en realidad, de vuelos suborbitales que permiten sentir la gravedad cero y contemplar la Tierra desde fuera por unos 137.000 euros (200.000 dólares). La fiebre acaba de aterrizar en España y hay ya al menos nueve españoles apuntados para 2009.
El viaje permite flotar unos minutos a 110 kilómetros de la Tierra por 200.000 dólares
La intensa ingeniería publicitaria de Virgin se da de bruces con el realismo científico
La idea del espacio como lugar de recreo nació precisamente en 2001 -aunque no había esas suites de lujo de la película- con el primer turista espacial de la historia, Dennis Tito. Viajó a la Estación Espacial Internacional (ISS) con la agencia rusa durante ocho días y pagó unos 24 millones de euros por la escapada. Desde entonces, el mercado ha alumbrado ofertas más asequibles, como la Virgin Galactic: un pequeño cohete adosado a una nave nodriza sube hasta los 15 kilómetros de altura, se separan y el cohete sale propulsado hasta alcanzar, en 90 segundos, muchos más kilómetros de altura. Lo justo y necesario para sentir la gravedad cero y poder contemplar la Tierra desde fuera. Entonces, los motores se apagan, se hace un silencio sepulcral, y la nave queda flotando entre cuatro y cinco minutos, para bajar al mismo punto. Durante ese trance, Xavier se sentirá al fin astronauta.
Ana Bru, también. Esta barcelonesa de 45 años ha reservado una plaza en los futuros viajes de Virgin Galactic junto a su marido, Ramón Rovira, de 47 años, propietario de una droguería casi centenaria en Barcelona. Para este matrimonio, el éxito del proyecto tiene doble importancia, porque son propietarios, además, de la única agencia de viajes en España autorizada a comercializar estos garbeos galácticos, Bru&Bru.
La última ocurrencia de Branson también ha seducido a Jesús Sales, un ex alto ejecutivo de Procter & Gamble y Chupa Chups, reconvertido en el dueño de una firma de interiorismo. Se acaba de apuntar a la lista de espera del paseo galáctico que promete Virgin, y está exultante. A los 15 años escribió una lista de cosas que quería hacer en la vida, y a los 30, se la encontró en la casa familiar: "Había hecho más de la mitad y faltaba ésta", explica.
Xavier no se lo contó a su mujer hasta un año después de prepararlo, por si le paraba los pies. "Yo no he estudiado nunca, me he buscado la vida a través, yo he ido siempre a donde nadie ha ido", reflexiona.
Los locos del espacio forman un club muy variopinto, con sólo dos mínimos comunes denominadores: la pasión por las galaxias y holgura económica más que demostrada. Con alguna excepción. El alpinista vasco Iosu Feijoo, de 42 años, el primer diabético del mundo que ha subido el Everest, quiere demostrar que también puede ser el primero en llegar a las estrellas con su dolencia a cuestas. Está pendiente de lograr el patrocinio que le permita esta nueva escalada. "La alta montaña es droga dura, sufres y al mismo tiempo te engancha, pero esto...". Lo cuenta por teléfono, a regañadientes, porque no quiere hablar de la aventura hasta que tenga amarrada la financiación.
El resto ha empezado a pagar. El lotero de Sort ha desembolsado ya los 200.000 dólares, porque figura entre los 100 primeros viajeros de todo el mundo, y el resto ha adelantado cantidades inferiores, desde un mínimo de 20.000 euros. "No somos millonarios, y quien crea que esto es por esnobismo se equivoca también", asegura Ramón. Su mujer esgrime las razones: "Lo hacemos porque siempre hemos ido donde no había estado nadie, y esto es un paso más, somos pioneros".
La ciencia, tozuda, se afana en templar la fantasía. "No hay ninguna barrera que diga Aquí empieza el espacio, pero, desde luego, a 110 kilómetros no está. Se puede hablar de turismo espacial propiamente dicho cuando hay un mínimo de 300 kilómetros de altura, y alcanzar la velocidad orbital, pero eso es un paseíto un poco más alto". Lo explica Miguel Ángel Gómez Tierno, catedrático de Ingeniería Aeroespacial de la Universidad Politécnica de Madrid.
A su juicio, la iniciativa privada nunca podrá llevar a cabo un "verdadero" turismo espacial, como la que ofrece la industria rusa de la mano de la empresa Space Adventures, que ya ha lanzado, después de Tito, a otros turistas al espacio. La firma se ha llegado a plantear paseos de hora y media por el espacio con trajes de astronauta. Y no son pocos los arquitectos que han diseñado hoteles en la Luna. "Hay pensados proyectos para todo, pero no está demostrado que algunos sean técnicamente posibles", reflexiona Gómez Tierno. Lo que sí ofrecen hoy algunas empresas son vuelos parabólicos que permiten flotar en la ingravidez por 6.000 euros.
Los vuelos suborbitales de Virgin son también, dentro de lo que cabe, bastante democráticos. Aunque parten de 200.000, pero la compañía calcula que el precio irá bajando progresivamente hasta algo más de 50.000 euros en unos años, cuando la demanda crezca y la tecnología se amortice. Las primeras expediciones en aeronaves de seis plazas saldrán teóricamente en 2009 del espaciopuerto en el desierto de Mojave (California), aunque está construyendo uno en Nuevo México.
El jarro de realismo de cualquier científico se da de bruces con la ingeniería publicitaria de Virgin. El conjunto del viaje dura poco más de dos horas, pero se encarga de que la magia comience mucho antes: organiza varios periodos de pruebas físicas (con uniformes incluidos) y fiestas para los futuros pasajeros (todo con precio aparte, claro).
"Es el chute más bestial de tu vida". Lo decía Ana Bru en enero, poco después de superar una de esas primeras pruebas de resistencia a la gravedad (tres veces la fuerza de su cuerpo) en Filadelfia en un brazo giratorio que hace las veces de centrifugadora. No dejaba de recordar que, si pudiese verla, su padre, que era fabricante de aquellas primeras lavadoras automáticas Bru, se reiría pensando en cómo es ahora a su hija a quien centrifugan.
Virgin no ha escatimado en anzuelos. El pasajero más anciano en la lista de galácticos, al que asegura haber invitado, no es otro que el científico nonagenario James Lovelock, autor de la hipótesis Gaia, y el más joven es su propio hijo, Sean Branson, que no entiende por qué alguien le pregunta sus motivos para subirse a uno de esos aviones que está construyendo su padre.
"Claro que quiero ir al espacio; qué puede haber más alucinante, ¿no?", responde en una fiesta para viajeros en Nueva York, al día siguiente de las pruebas de Filadelfia.
Le rodeaban multimillonarios australianos, estadounidenses, hombres con turbantes, y hasta Beatriz de Inglaterra. Y Ana, Ramón y Jesús, para los que el viaje, en efecto, ya ha comenzado. Xavier ya había pasado las pruebas en diciembre. Stephen Hawking es otra de las celebridades a las que Virgin asegura haber invitado.
Parafernalias aparte, si el proyecto se consolida, la compañía quiere operar dos vuelos diarios. Un puente aéreo a las estrellas.
Pero su éxito no es seguro. El pasado julio murieron en una explosión tres obreros que trabajaban en la construcción de la futura SpaceShipTwo, la aeronave diseñada por Burt Rutan. El accidente se produjo mientras realizaban pruebas con óxido nitroso, uno de los dos combustibles necesarios para impulsar los cohetes al espacio. El accidente, en el que resultaron heridos otros tres empleados, ha llevado a la compañía a ser prudente respecto a la fecha del vuelo inaugural.
La aeronave sólo se encuentra al 60% de su fabricación. Aun así, Branson -empeñado hace poco en dar la vuelta al mundo en globo- tiene muy claro que quiere sacar adelante su penúltimo capricho y no descarta incluso abrir futuros espaciopuertos en España. "Lo llevo soñando desde niño", aseguró en Nueva York durante la presentación de la maqueta de la nueva SpaceShip2. También quiere que esta nave sea capaz algún día de unir Londres y Sidney en dos horas.
En 2001, las estaciones espaciales no tenían esas suites de lujo concebidas en la Odisea de Stanley Kubrick, ni había aquellos vuelos a la Luna, pero sí surgió el primer turista espacial del mundo, Dennis Tito. Los hoteles tendrán que esperar, según Miguel Ángel Gómez. "No los veremos en este siglo, desde luego; no sé si para el siglo XXII, el XXIII...". -
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