El comportamiento social también depende de los genes
El Aula EL PAÍS analiza el papel social de la genética
Huir ante un conflicto, ser infiel a la pareja, comprar un producto, envidiar, ayudar, traicionar, ser empáticos o agresivos. Vivir en sociedad nos obliga a tomar decisiones cada día. Cada vez son más las investigaciones que apuntan a que los genes no sólo determinan nuestra salud, sino también nuestra conducta. ¿Pero puede sólo la genética explicar nuestros comportamientos sociales? ¿Nuestro comportamiento ha influido en nuestra evolución como seres humanos, o ha sido al revés?
La genética influye en nuestro comportamiento, pero no lo explica todo. El ambiente tiene un importante papel para modularla, para acabar determinando que unas características genéticas se expresen o no. "Que las conductas sociales tengan una base biológica no significa que sean fijas e inamovibles; el determinismo biológico es falso, no somos máquinas programadas por nuestros genes, sino que en última instancia podemos decidir entre el bien y el mal", afirma Carles Lalueza, profesor de la Unidad de Antropología de la Universidad de Barcelona, que, junto a Óscar Vilarroya, director de la cátedra El Cerebro Social, de la Universidad Autónoma de Barcelona, participó como ponente del debate Somos o nos hacemos, organizado el pasado martes por el Aula EL PAÍS y el Observatorio de la Comunicación Científica de la Universidad Pompeu Fabra.
Los neurobiólogos han podido determinar qué estructuras del cerebro intervienen cuando decidimos actuar de un modo u otro. Para explicarlo, hay que remontarse a los orígenes de la especie humana. "Somos seres ultrasociales y hay comportamientos que la evolución ha sellado en nuestros genes porque son básicos para la propia supervivencia, por ejemplo reprimir el deseo inmediato de comer o copular", explica Vilarroya. Incluso la cooperación entre las personas puede tener explicación genética. Para favorecer conductas altruistas, cuando un individuo se siente a disgusto ante el egoísmo de otro se activa una estructura del cerebro, la ínsula anterior, que es la misma que se activa con el asco físico. "El asco físico y social se parecen", explicó Vilarroya.
Los genetistas han descrito ya varios genes que pueden tener algún papel en las diferencias de personalidad entre individuos e incluso en algunos comportamientos psicopatológicos, como ocurre con el gen MAOA, que se ha relacionado con la agresividad. Diversos estudios han demostrado que una mutación de este gen condiciona las conductas agresivas, aunque también se ha observado que nunca se expresa si no se dan ciertas condiciones ambientales, como haber sufrido maltratos durante la infancia. Lalueza concluyó que "los genes predisponen, pero es definitivamente el ambiente lo que hace que se manifiesten".
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