Ella fue su patria
Un año antes de suicidarse, en septiembre pasado,
a los 84 años, junto
a su mujer, de 83, gravemente enferma,
el escritor y periodista André Gorz, una de las figuras intelectuales más influyentes en la izquierda europea de los años sesenta y setenta, escribió una larga carta de amor dirigida a ella, Dorine, en la que anticipaba la decisión de ambos de abandonar juntos este mundo.
Esa carta, convertida en un pequeño libro de 80 páginas, acaba de publicarse en español (Paidós). De ese texto y el final que anticipa escribió Jean Daniel, con quien Gorz fundó Le Nouvel Observateur en 1964, que no se conoce nada de "tan aplastante belleza y abrumadora pureza".
André Gorz, hijo de un comerciante judío y una madre católica, se llamaba en realidad Gérard Horst. Nacido en Viena en 1923, conoció el frío del exilio en Lausana antes de instalarse, acompañado ya de Dorine, otra desplazada, nacida en el Reino Unido, en París para dedicarse al periodismo bajo el seudónimo de Michel Bosquet. En 1983 abandonó su carrera de intelectual reconocido internacionalmente y se instaló en una pequeña localidad cercana a Troyes, para dedicarse en exclusiva a cuidar a su mujer, víctima de una enfermedad degenerativa.
Apátrida con varios nombres, su única patria fue ella, Dorine, viene a decir en esta Carta a D. Historia de un amor. Al conocer la noticia de la muerte de ambos, el presidente Sarkozy, hombre de derechas, rindió homenaje al "singular destino" de esta "gran figura de la izquierda intelectual francesa
y europea".
En España su libro más influyente fue Historia y enajenación, publicado por Fondo de Cultura Económica hacia 1963, ensayo de síntesis entre el marxismo y el existencialismo. También, Estrategia obrera y neocapitalismo, una de las bases de lo que se conoció como nueva izquierda europea, fuente de inspiración
de un sector del antifranquismo militante.
El 24 de septiembre de 2007
la policía halló los cuerpos de André Gorz y su mujer tendidos el uno junto al otro: la imagen misma del amor hasta más allá de la vida, según la imaginó otro existencialista, Miguel de Unamuno, en su cuento El espejo
de la muerte.
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