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Columna
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Contradicciones

Enrique Gil Calvo

Tras el periodo de excepción que supuso la anterior legislatura por las extraordinarias circunstancias que alumbraron su nacimiento, ahora mismo deberíamos estar asistiendo a la recuperación de la normalidad parlamentaria. Sin embargo, no está claro que vaya a ser así. Es verdad que, durante el debate de investidura, todas las fuerzas políticas prometieron renunciar a la confrontación. Pero los medios de información que fueron sus principales promotores no han prometido nada parecido. Y los más adictos a crispar han seguido insistiendo con descargas adicionales de crispación, desplegando para ello una nueva campaña de acoso y derribo, aunque esta vez dirigida no contra el vencedor presidente del Gobierno sino contra el derrotado presidente del PP, a fin de espolearle para que vuelva a las andadas confrontadoras renunciando a la prometida distensión. ¿Qué pasará? Cabe temerse lo peor pues, a juzgar por los precedentes, Rajoy no parece hombre capaz de resistir las presiones de sus medios afines. De momento, los primeros síntomas son muy inquietantes, pues el pacto que se precisa para desbloquear los órganos jurisdiccionales está de nuevo en el aire. Y, mientras tanto, los barones territoriales han reabierto el frente del Ebro declarando una nueva guerra del agua que no augura nada bueno.

¿Cómo interpretar esta persistencia de una crispación que se resiste a salir de nuestro escenario político? ¿Se debe sólo a la deformación profesional de unos periodistas que identifican su éxito empresarial con el envilecimiento de la política? ¿O hay algo más? ¿Existen razones más profundas que hacen aflorar a la superficie nuevas emisiones de crispación subyacente? Una posible explicación sería la de que, una vez concluida la legislatura anterior, ya pueden reabrirse las viejas contradicciones internas que permanecían ocultas. Es la interpretación que al parecer propuso Zapatero ante la ejecutiva socialista para explicar la lucha entre Rajoy y Aguirre como una crisis del PP pendiente de resolver desde su derrota de 2004. Algo verosímil, en efecto, pues durante la pasada legislatura el PP no acertó a resolver sus contradicciones internas, tras negarse a reconocer que perdió las elecciones por los abusos de poder del último Gobierno Aznar. De ahí que, al no atreverse a formular en público su autocrítica, Rajoy se viese obligado a asumir la agenda conspiranoica que le impuso la prensa aznarista. Y sólo ahora, tras purgar aquella sumisión con una nueva derrota, Rajoy se siente liberado para proclamar su voluntad de independencia frente a los medios aznaristas que le presionan, urdiendo contra él una conspiración liderada por Esperanza Aguirre.

Pero hablando de contradicciones internas. Es verdad que el PP está desgarrado por las antagónicas fracturas que se le abrieron en el último mandato de Aznar y que precipitaron su trágico final. Pero ¿qué decir del PSOE? ¿Acaso el partido de Zapatero no está también desgarrado por sus propias contradicciones internas? Con esto no me refiero a las procedentes del 11-M (victoria inmerecida como subproducto del voto de castigo al PP), pues ésas han quedado saldadas tras su triunfo inequívoco del 9-M. No obstante, para sacar adelante con éxito su primera legislatura, Zapatero hubo de adoptar arriesgadas decisiones (pactos estatutarios con exclusión del PP, imprudentes negociaciones con ETA) que han abierto en el PSOE claras contradicciones internas, apenas disimuladas por el retroceso nacionalista que ha permitido su momentánea victoria en las urnas. Unas contradicciones que han aflorado por la tensión entre el PSOE y el PSC (reabriendo, entre otros frentes, la guerra del agua y la batalla de la financiación autonómica) y que pronto podrían aflorar también frente al PSE (según cómo evolucione la crisis actual del nacionalismo vasco).

Y unas contradicciones que también se descubren en la reestructuración del Gobierno. Bajo el efectismo mediático del igualitarismo de género y la imposición de Sebastián como sucesor de Solbes, subyace la sospecha de una inquietante derechización, que se manifiesta en el cambio de rumbo en materia de inmigración y derechos sociales. Frente a la regularización del trabajo sumergido que gestionó Caldera, el nuevo racionamiento de derechos que administrará Corbacho por orden de antigüedad. Y frente al prometido desarrollo de una red de servicios sociales prevista en la Ley de Dependencia, su ominoso destierro (y quizás entierro) al flamante Ministerio de Educación y Asuntos Sociales, donde quedará sepultada en una política asistencial de protección a las familias que traiciona la protección universal a las personas titulares de derechos. Pues subsidiar a las cuidadoras domésticas marginándolas de la participación laboral implica una flagrante contradicción con el supuesto feminismo del reparto de carteras.

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