La soledad socialista
No deja de ser curioso el nuevo mapa político que impera en Europa. Quizá sea esa "derechización del mundo" con la que nos deleitamos los lectores de EL PAÍS o un residuo ideológico que habla del liberalismo como mano férrea frente a una situación económica desfavorable pero lo que está claro es que en Europa nos encontramos con Sarkozy, con Merkel y ahora con Berlusconi.
Ni siquiera en Italia ha triunfado una alternativa a la derecha con una izquierda avergonzada de serlo que no sabía en qué creer si en Obama o en la Iglesia. Lo que está claro es que Veltroni no es Obama.
Quizá algún triunfo más de la izquierda en la Unión Europea hubiese ayudado a una mayor apertura a Europa -y, consecuentemente, al mundo- del Ejecutivo de Zapatero. Sin aliados ideológicos fuertes, todo lleva a pensar en una situación similar a la de la legislatura pasada.
En América Latina donde nos jactamos de una influencia que no llegamos a vislumbrar vemos cómo hace ruido la izquierda populista y comunista (habrá que decirlo) de Chávez que sí se ha expandido a Ecuador y Nicaragua, siempre a la sombra de Cuba.
Son muchos los logros que el socialismo español está consiguiendo en el ámbito de derechos, de la integración, del desarrollo de la descentralización necesaria de la Administración, de un crecimiento económico más que aceptable. Sin embargo, el Gobierno no sabe venderlo ni dentro de nuestras fronteras ni en el exterior.
Con semejante currículo y una oposición tan poco constructiva como la que ha llevado a cabo el Partido Popular estos últimos cuatro años, el PSOE debería ser capaz de extender su ideología al mundo: una socialdemocracia coherente que se muestra optimista y capaz de hacer frente a la crisis económica sin dejar de progresar socialmente.
O el socialismo español no es exportable o quizá no sepamos exportarlo y, visto lo visto, me decantaría por la segunda opción.
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